Es una
década de diferencia de edad entre mi hermano y yo. Estaba acostumbrado a ser
el único varón de la familia, hasta que nació un diciembre. Fue
una alegría saber que alguien se te parece cada vez que crece, capaz porque
cada día asimilaba nuestras costumbres. Aprendió de nosotros sus primeras
palabras, sus primeros pasos, sus primeras alegrías; porque no, sus primeras
tristezas. A cambio, él me enseñó a descubrir la ternura de su mirada, la
calidez de sus caricias y el sosiego que irradiaba mientras le veía dormir, y
claro, el desgaste físico que me ocasionaba cuando le hacía jugar esperando que
se agote su enorme energía.
En cada
descubrimiento que hacia conquistaba su propio espacio en nuestro hogar y en
nuestros corazones. Poco a poco nos fuimos acostumbrando y comprendiéndonos.
Nuestra diferencia de edad no fue ningún obstáculo, porque simplemente somos
hermanos. Crecimos rápido, parece ayer cuando recuerdo esos momentos, es que
tuvimos una buena infancia para que el tiempo pasara rápido y no sea larga como
cuando uno tiene problemas y el tiempo se hace eterno. Como en toda familia,
tuvimos nuestros problemas y alegrías, pero superamos los malos momentos porque
siempre existía una buena relación y comprensión entre todos nosotros. Como
muchos no habremos tenido los mejores juguetes, solo lo necesario, pero lo
hermoso fue que vivimos en una casa con un patio grande donde jugábamos a la
“guerrita”, un patio que nos permitía hacer volar nuestra imaginación, a veces
nos íbamos a jugar a los columpios del barrio La Samaritana o al cerro que se
encuentra más arriba; otras veces preferíamos ir al río Yacus a bañarnos o
simplemente salir a jugar un partido de fulbito en nuestra callecita del jirón
Bolognesi con los amigos de la cuadra. De día, de noche, con lluvia, con un día
soleado, dentro o fuera de casa, siempre había motivos para encontrar una forma
de diversión.
Como
hermanos compartimos muchas cosas, pero a medida que crecía ya se
independizaba, conquistaba su propio espacio, el lugar donde dormía, donde
estudiaba, hasta un lugar en la mesa del comedor. También aumentaba más su
apetito por la comida y muchas veces había una disputa por el último plato que
sobraba, como siempre yo acostumbraba a repetir un plato más de lo que
preparaba mi mamá, era difícil evitar su deliciosa sazón jaujino, pero como mi
hermano crecía, también asimilaba la costumbre de “yaparse”. Nuestra mamá se
veía en una situación difícil y tenía que compartir el último plato entre los
dos, a veces me servía más, no por preferencia sino porque era más grande y eso
molestaba a mi hermano.
-Tú comes
mucho -me dijo un día- mira tu barriga, pareces un panzón.
Tenía los
ojos marcados por la rabia que sentía, hizo un breve silencio y luego me dijo a
manera de mofa:
- ¡Tú
eres un panzuli! -en alusión a mi barriga.
Me quede
sorprendido, nunca había escuchado esa palabra, él también se sorprendió. Nos
reímos muchísimo celebrando su creatividad infantil porque nos pareció muy
gracioso.
Desde ese
momento cambio nuestra manera de tratarnos y de conversar, cada vez que nos
encontrábamos nos saludábamos con un ¡Hola Panzuli! acompañado con una sonrisa
irónica, o nos llamábamos ¡Panzuli, ven…! ¡Panzuli, donde estas...! Por un
tiempo olvidamos de llamarnos por nuestros nombres. Fue una simple palabra pero
con mucho significado que cambió nuestro trato, haciéndonos más hermanos,
incluso cuando tuve que dejar el hogar y viajar a Lima para hacer mi propio
camino y destino. Él tampoco dejó de crecer, aún sin mi presencia siguió con
nuestras costumbres, incluso logrando algunas cosas que nunca pude realizar,
como el de pertenecer a la banda de música de nuestra escuelita el 500, siempre
añoré con tener en mis manos y tocar el tambor tipo Napoleón característico del
500. Me emocioné mucho cuando le vi al Panzuli marchando y tocando su napoleón
con su uniforme plomo, sus guantes y escarpines blancos en uno de los desfiles
en Jauja, me sentía tocando y vibrando con el retumbe mágico de su sonido,
arrancando aplausos y emociones del público. Estaba complacido porque él seguía
aprendiendo y cultivando los mismos gustos que yo, aunque ya no vivía en Jauja,
estaba presente nuestro padre, quien seguía educándole y de quién aprendimos
mucho.
No solo
supo alimentarse del entorno familiar, sino también del entorno natural, de esa
magia que tiene nuestra tierra, que nos hace maravilloso con tan solo vivir en
ella, porque nos da muchas cosas inagotables al paso del tiempo como un
universo de infinitas estrellas que nos sirve como fuente eterna de inspiración
para enamorarnos, para cantarle a la vida, para crear poemas, cuentos,
pinturas... El Panzuli también supo a su modo expresar sus sentimientos, una
creatividad artística que nunca perdió al paso de los años. Aún puedo verlo en
mi sala tocando su guitarra con su peculiar estilo de hacer vibrar las cuerdas,
tocándole a la vida algunos huaynos, algunas canciones de rock y dejarnos como
herencia un lienzo de pintura donde plasmó eternamente su manera de ver la
vida. Porque a su manera, también supo alcanzar sus ideales. Porque a su modo,
también aprendió a ser un jaujino.
Paso el
tiempo, vivimos muchas cosas pero la vida a veces nos presenta momentos
desagradables, y fue una fecha como ahora, un setiembre no primaveral y hace años
atrás que el dolor llegó a mi familia y el Panzuli tuvo que marcharse
físicamente de nuestro hogar y de la tierra de Jauja para siempre y a la
eternidad. Hace cuatro o tres años atrás era imposible escribir estas líneas,
no podía con toda la pena que sentía, pero ahora ya con el dolor marchito y
ayudado con un trago de Crema de Muña puedo aplacar ese dolor mientras escribo,
dolor que comenzó a formarse en recuerdos, al principio fue difícil y
decepcionante, hasta que aprendí que la memoria es una forma de aferrarse a las
cosas que uno ama de verdad, a las cosas que uno nunca desea perder, a las
cosas que siempre tendré presente.
Después
del entierro -fecha que significa el omega y el alfa para mí, porque él se marchó
a tres días de mi cumpleaños- regrese a Lima y aún con los momentos de tristeza
que me tocó vivir, busqué la soledad para pensar, amenguar y tratar de aceptar
de a poco la realidad. Era invierno y la noches eran frías y eternas, solía
caminar o desde mi ventana mirar el cielo oscuro contemplando la inmensidad del
universo, en esos momentos extrañaba estar en Jauja y contemplar su hermoso
cielo estrellado, pero ya nada era igual.
Una noche
como de costumbre salí a caminar por el parque que se encuentra al frente de mi
casa, estaba llena de soledad, solo el silencio reinaba el lugar y con la
mirada al cielo observaba la inmensidad de universo, grande como mis
pensamientos, grande como mis preguntas del porque nos había sucedido. Muchas
veces le pregunté a Dios para tener una respuesta o algún consuelo, hasta que
un día, más que una respuesta, me hizo ver una estrella solitaria y reluciente
que destacaba en la oscuridad del cielo y me hizo comprender que el Panzuli
nunca se había marchado, que él estuvo siempre frente a mí en todas las noches
que caminaba, reluciente con su sonrisa y su serenidad de siempre. En esos
momentos mis ojos de a poco se humedecieron hasta llorar, pero no de tristeza,
sino de alegría, porque al principio pensé que lo había perdido, pero no era
así, estaba siempre frente a mí, tal como era. Entonces no dude en ponerle un
nombre a esa estrella, se llamaría la estrella Panzuli. Desde ese momento se
sumó a las demás estrellas que forman el universo, inclusive en la inmensidad
de Jauja brillando con luz propia.
Comprendí
más el contexto que encierra dicha inmensidad llena de sensibilidad artística e
intelectual cuando recibo un correo electrónico de Julio Dávila y que después
de leer reforzó con satisfacción mis sentimientos y de las cosas que se
expresan con solo ser hijos de la tierra de Jauja. Al igual que Julio dijo:
“Ser jaujino es saber cómo piensan las estrellas” o la expresión de Karim que
dijo: “¡Mira! ¿Vez?, a lo lejos… aquella estrella, no importa sino logras
verla, ahí voy a llegar… ¡eso es Jauja!”.
Yo
también algún día llegaré a esas estrellas, algún día formaré parte de ese
universo celestial, ese universo que envuelve a Jauja, ese universo que nos
acogerá para seguir siendo jaujinos. Por ahora son mis recuerdos que se aferran
a la memoria del Panzuli para seguir creciendo como hermanos. Yo seguiré en la
tierra de Jauja mirando la estrella Panzuli, sin olvidar nuestra infancia
cuando le cuidaba, y él seguirá en el universo de Jauja iluminándonos desde
arriba. Ahora, él cuida de nosotros... Macko Leiva