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Jauja, donde pagan a los hombres por dormir, fustigan a los hombres que insisten en trabajar, los árboles son de tocino y sus hojas de pan de fino. Las calles están adoquinadas con yemas de huevo y lonjas de tocino, asadas y fritas...

27 de noviembre de 2019

20 de diciembre de 2018

Jauja danzará con la tradicional Huayligía en la Nochebuena


La huayligía tiene un carácter mágico-religioso, como da a conocer el escritor Edgardo Rivera Martínez, quien, en su libro “País de Jauja”, relata que antiguamente en Jauja fue una manifestación festiva que se celebraba el nacimiento cristiano y en honor a la resurrección de los “amarus” (blanco y negro). Esos animales alados con cola de serpiente y cabeza de dragón, que representan a la sabiduría y al conocimiento, y que en diciembre, hacen florecer a la “sulluwayta”. La flor del rocío y de la nieve, y quien la encuentre, será feliz y hará feliz a su pueblo.

“…Se aproxima ya el conjunto de las danzantes. Se escucha el sonido de los pincullos y de las quenas, y el compás marcado por las sonajas de latón del pastor que escolta a las pallas, y por las azucenas que portan las muchachas, como arbolillos de luz y de colores. Te inclinas, con las manos asidas a la baranda, y todo tu ser se absorbe en esa música. Transcurren los minutos. Están ya muy cerca, y en efecto no tardan en pasar por la esquina los grupos de chiquillos que van por delante, y el pastor, luego, con la máscara que apenas si puedes adivinar a la distancia. Las jóvenes, en fin, en dos columnas, todas con los cabellos sueltos. Sus azucenas como ramos sonorosos. Vienen luego los tocadores de pincullos, y el hombre de la tinya, los acompañantes. Cortejo que acaso tampoco celebra el Nacimiento cristiano, sino algo muy diferente. El despertar, quizá, del amaru blanco y del amaru negro, las sierpes aladas que vuelven de su sueño de siglos y emergen en pos de la flor del rocío y de la nieve, la sullawayta. Tal es, quizás, el acontecimiento que sin saberlo celebran las muchachas. Se van, en fin, por la calle que conduce a la plaza, y es como si tú también te hubieras sumado al conjunto. Desde el balcón, inmóvil, miras la calle apenas iluminada. Danzas también, en cierta manera, y en tu embriaguez se mezclan alegría, temor, angustia. Tú también festejas la periódica resurrección de los amarus, que algún día se convertirán para siempre en lluvia, en luz, en arco iris. Sigues ahí, feliz y como abrasado por la antorcha danzante y cantora que se aleja. Se van, y no tarda en callar la música, a lo lejos, pues llegan al templo. Continúa la brisa intermitente. De rato en rato cruzan el cielo esos resplandores. Sigues ahí, como si te replegaras otra vez en ti mismo, en ese ardor que se expande en ti, muy dentro de ti, como que tiene sus raíces en tus sueños y terrores más antiguos, y, aún más allá, en los orígenes del mundo. En esa hondura del tiempo y de la noche…”
País de Jauja - Edgardo Rivera Martínez



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5 de octubre de 2018

“El País de Jauja” está de duelo



Edgardo Rivera Martínez, una de las principales figuras de la literatura peruana, falleció la noche del jueves 4 de octubre, a los 85 años, en su domicilio ubicado en el distrito de Miraflores.

Nacido en Jauja, en septiembre de 1933, pasó su primera infancia entre su ciudad natal y Barranco. Cursó sus estudios primarios y secundarios en el Colegio Nacional de San José de Jauja.

Su primer libro de ficción apareció en 1964, con cuatro relatos de temática andina, y el título de El Unicornio. De 1974 es su novela corta El visitante. En 1978 apareció su volumen de cuentos Azurita y, en 1979, Enunciación.

En 1982 ganó el Primer Premio de la primera versión del concurso El Cuento de las 1000 palabras, con Ángel de Ocongate. De 1986 es su libro de relatos Ángel de Ocongate.

Posteriormente, y después de trabajar como Profesor Visitante en las Universidades de Dartmouth (Estados Unidos), Tours y Caen (Francia), escribió entre 1991 y 1993 su novela “País de Jauja”, varias veces editada, y que, en una encuesta realizada en 1999 por la Revista Debate entre escritores y críticos, fue señalada como la novela más importante de la década.

En 1996 apareció A la hora de la tarde y de los juegos, evocaciones de infancia y adolescencia. En 1999, y siempre bajo el sello de Peisa, apareció su segunda novela, Libro del Amor y de las Profecías. Entre otras obras, el autor escribió "A la luz del amanecer", "Diario de Santa María".

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21 de septiembre de 2018

LATAM Airlines y Fundación Pachacútec evaluarán en Jauja a jóvenes para ser Chef



Con el objetivo de difundir y promover la cultura gastronómica, LATAM Airlines Perú y la Fundación Pachacútec presentarán en Jauja el programa de Responsabilidad Social “Cocineros que Vuelan”, que busca contribuir, a través de la gastronomía, al desarrollo del Turismo Sostenible y aportar al bienestar y la salud de las comunidades donde opera la aerolínea.

En esta segunda edición del programa de Responsabilidad Social, se realizará en Jauja la evaluación de los jóvenes interesados en convertirse en chef. Será el 29 de septiembre a las 8:00 a.m. en el Auditorio del Colegio de Nuestra Señora del Carmen, ubicado en el Jr. Ayacucho N° 763, Jauja. De este grupo de postulantes la Fundación Pachacútec elegirá a dos jaujinos, a quienes LATAM Airlines Perú entregará una beca integral que incluye el boleto aéreo, alimentación, seguro, hospedaje y utensilios de cocina para los dos años y medio que durarán sus estudios en la Fundación Pachacútec, al culminar su preparación académica obtendrán el título de técnico en cocina.

Además de beneficiar a dos jóvenes con las becas integrales, también la comunidad del alumno elegido se verá favorecido, porque se realizará durante dos años y medio “Gastrosalud”, que tiene como finalidad evaluar y brindar el tratamiento a los alumnos del primer grado del colegio de donde proviene el ganador, a fin de buscar erradicar la anemia y la desnutrición. También, se brindará charlas sobre alimentación sostenible.

Los jóvenes que tengan pasión por la gastronomía pueden enviar un mail a ariana.lores@latam.com con sus datos completos (nombres y apellidos, DNI, fecha de nacimiento, correo electrónico y número de teléfono), además de requerir mayor información pueden acercarse a la Secretaría de Dirección de la UGEL de Jauja, ubicada en Jr. Atahualpa N° 990 de lunes a viernes de 8:00 am. a 1:00 pm. y de 3:00 pm. a 5:00 pm. y los sábados de 9:00 a.m. a 1:00 pm o a la oficina de la Dirección de su colegio.

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6 de agosto de 2018

Proyección de la película “Pueblo Viejo”

El filme es un western que se grabó en locaciones de Huancayo, Jauja, Acolla, Chongos Bajos y Matahuasi. Cuenta la historia de dos hermanos conocidos como los mistis, quienes cuidan el ganado que les dejó su padre. Debido a su esfuerzo y dedicación en su trabajo llegan a tener las vacas más grandes de todo Pueblo Viejo; sin embargo, un acontecimiento repentino los hace perder su legado en un incendio.

Pueblo viejo es el primer western filmado en la sierra central del Perú y fue inspirado en la obra “Agua” de José María Arguedas. El elenco de actores está conformado por Cristhian Esquivel, Juan Manuel Ochoa, Mayella Lloclla, Liliana Trujillo, entre otros.

El filme dirigido por Matos Camac recibió el premio a Mejor película de Almería Western Film Festival Oficial 2015. La cinta se proyectará este lunes 06 de agosto, a los 9:30 p.m. en el ciclo “Nuestro Cine” de TV Perú.


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22 de junio de 2018

Las fogatas en la noche de San Juan en Jauja


Era la víspera de San Juan y toda mi familia se había preparado para quemar nuestro muñeco de paja y demás ropas viejas que no servían. Era de noche y hacia frío, mucho frío, pero lo combatíamos con los ajetreos de los preparativos para el festejo. Porque era toda una tradición que las familias jaujinas hicieran sus fogatas en la calle, frente a sus casas.

Mi mamá me dijo que me abrigara, que hacía mucho frío, pero no le hice caso. En eso, mi papá aprovecho para decirme que este frío no era nada, que antes si hacía mucho frío, que caía helada y malograba todo el sembrío.
- ¿Tú sabes porqué hacemos fuego esta noche? –me pregunto mi papá.
- No -le respondí.
- Es una tradición antigua –empezó a contarme- Una vez, San Juan había hecho una apuesta con el sol y le dijo: Si yo me despierto primero, te quemo; y San Juan le respondió: Si yo me despierto primero, te hielo. Dice que San Juan se había despertado primero y cuando el sol se despertó, ya San Juan le había helado todo los campos y el sol ya no pudo quemarlo. Por eso, cada que viene el 24 de junio todos queman en representación del sol, para que no hiele los sembríos, como el trigo, la cebada. Porque todavía recién están en leche y por madurar.

Yo me quedé en silencio y sorprendido por su relato, él me dio una palmada y volvió a decir:
- Ahora si abrígate, no vaya ser que San Juan también te congele.

Dio media vuelta y se marchó dejándome parado y pensativo hasta que nuevamente los gritos de mamá me volvió en sí. Debíamos sacar el muñeco de paja a la calle y prender nuestra fogata.

Afuera, ya había otras fogatas de los vecinos que las rodeaban y saltaban para darse calor, algunos hasta con su propia música y unos “calientitos” para el frío. Prendimos la nuestra y empezamos a quemar el muñeco y las cosas viejas que ya no servía en casa y que se podían quemar. Nos animamos a saltar la fogata y a escribir los deseos que nos solicitaban. Los deseos se escribían en una pequeña hoja de papel y se devolvía doblado para que no sea leído por nadie que no sea a quien se escribía el deseo. Luego tenían que leer sus deseos: “Te deseo que…”, y después arrojar el papelito al fuego para quede en secreto con la esperanza que se cumpla. Pero siempre los amigos preguntaban que te desearon.

Más tarde, nos encontrábamos con los amigos y recorríamos por todas las calles de Jauja, saltando las fogatas y confraternizando con las demás amistades y haciendo un “caypincruz” en la fogata más alegre y concurrida. Saltábamos desafiando las llamas del fuego. Quien no tuvo algún percance al momento de saltar, un tropiezo o un mal salto, quedábamos casi en medio del fuego y salíamos corriendo algo chamuscado el cabello, las pestañas, los zapatos, hasta la ropa. También hacíamos bromas lanzando cohetecillos y explotaban cuando alguien saltaba el fuego. Era una tradición de mucha alegría y derroche de energía la noche de San Juan. Incluso se organizaban actividades como las “Gran Fogata Show”, en el patio de uno de los colegios tradicionales de Jauja y amenizado por uno de los grupos musicales de esos tiempos.

Se podría decir que casi todas las calles de Jauja ardían por las diversas fogatas que las familias prendían. Hasta parte de los cerros se encendían, combatiendo, como dijo mi papá, a la helada, producto del solsticio de invierno y así, Jauja amanecía.

Hermosa tradición de la fiesta de San Juan de nuestros antepasados, como siempre, sabios. Pero con el pasar del tiempo, muchas tradiciones se dejaron de practicar y ahora solo queda en el recuerdo y memoria de algunos de nosotros.

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10 de mayo de 2018

El "Libro de Ceniza" de Gerardo GarciaRosales

Existen cuentos fantásticos, que entre el misterio y el suspenso, presentarán personajes fantasmagóricos con marcados contenidos espirituales y mágicos en razón de las creencias y mitos de nuestro valle.

Presentación del "Libro De Ceniza", del escritor jaujino Gerardo GarciaRosales, este jueves 8 de mayo a partir de las 6:00 pm en la Dirección de Cultura de Junín, Jr. Lima 501, Huancayo.


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3 de mayo de 2018

Danza la Jija de Jauja, Patrimonio Cultural de la Nación


La Jija es una danza tradicional de la provincia de Jauja, con diversas variedades en sus distritos y comunidades campesinas, la cual representa en forma danzada la siega de los cereales de cultivo más extendidos en la provincia de Jauja y valle de Yanamarca; el trigo y la cebada. Este tipo de danza suele aparecer como el inicio ritualizado de una actividad productiva, como es el caso de danzas de siembra o de limpieza de acequias en otras zonas y regiones andinas.

Los distritos en los que se practica esta danza son Canchayllo, Sausa, Muqui, Yauyos, Leonor Ordóñez Huancaní, Paccha, Pancán, Huaripampa, Muquiyauyo, Sincos, Ataura, Parco, Paca, Tunanmarca, Acolla y Marco, distrito este último donde es conocida como Danza de los Segadores.

La Jija apareció como danza ceremonial con que se iniciaba la cosecha de los cereales traídos con la colonización europea. Con el tiempo esta danza se desligó en algunos casos de la actividad agrícola para formar parte de las celebraciones a la Cruz (3 de mayo), la Santísima Cruz de Mayo, también conocida como Tayta Mayo que coincide cronológicamente con la cosecha de cereales tras el período de lluvias en la sierra. En los distritos de Paccha y Muqui esta danza se celebra al final de la faena de la limpieza de acequias. La totalidad de variantes se representan, como se ha dicho, a lo largo del mes de mayo; en el distrito de Marco se presenta, además, el 16 de octubre, fecha de la creación política del distrito.

Las variantes de esta danza se pueden resumir en tres tipos básicos por coreografía, vestimenta y difusión. La variante más difundida es la que representa la labor de siega de trigo y cebada, y cuyos protagonistas son los jijeros, que se presentan en dos hileras y haciendo diversas figuras en grupo. Como parte de la celebración de la Cruz de Mayo, esta danza es presidida por la Cruz, llevada por el mayordomo de la fiesta flanqueado por dos mujeres, las damas o brazos, quienes danzan discretamente en pasos distintos al de los jijeros.

La segunda variante es la de los solteritos; aquí la variación fundamental es la presencia de un cuerpo femenino de baile, las pianas o solteritas, ataviadas con el atuendo típico genérico de Jauja, que hacen las veces de pareja de los jijeros o solteritos, el nombre refiere que quienes bailan son jóvenes casaderos que realizan un baile de cortejo; esta modalidad es propia de los distritos de Muqui, Huancaní y Leonor Ordóñez.

La tercera variante es la de los segadores, en la que quedan más rasgos de la danza original, dado que aún está asociada a la labor agrícola propiamente dicha, no siendo por tanto una representación sino parte de la faena misma. De esta variante, la representación más conocida es la del distrito de Marco. La vestimenta es de tipo tradicional, especialmente hecha para acometer el trabajo, y la hoz no presenta adornos en tanto está siendo usada en la práctica.

La indumentaria básica de la Jija es una caracterización del traje del labrador español, lo que puede indicar que el origen de esta danza se ubicaría hacia el siglo XVIII, cuando esta vestimenta terminó de imponerse a las poblaciones nativas en el período post-rebeliones nativas. En su variante más tradicional, los segadores de Marco, la vestimenta consta de camisa de lana de oveja; pantalón de cordellate; delantal de tocuyo o dril blanco que cubre hasta la parte media de las piernas; calzado del tipo llanquis o shucuy, hecho de cuero crudo de res, llama u oveja; medias de lana de oveja; mangas de lana con diseños de colores; sombrero de lana de oveja prensada; manta multicolor o ushikata puesta a la banderola y amarrada en el pecho; y, en la mano derecha, una hoz. Los segadores llevan también un lazo de cabuya o cuero trenzado y un wallqui, bolsa de cuero para coca.

Sobre esta base se han dado diversas variantes por cada distrito. La más difundida, ya se trate de jijeros o solteritos, consta de pantalón de color oscuro, camisa blanca o celeste de manga larga, sombrero alón de paja y copa cónica adornada con una cinta, pañuelo al cuello y a la espalda la ushikata; escarpines o perneras que cubren desde el empeine hasta debajo de la rodilla y decorados con flecos. Los accesorios básicos son la hoz decorada con cintas de colores, y el wajla, cuerno de vacuno pendiendo de un poco más arriba de la cintura, usualmente pulido y decorado con incrustaciones, usado para llevar chicha o el brindis de ocasión. En Paccha y Muqui, en cambio, los danzarines llevan un traje de terno completo, azul o negro, con algunos de los accesorios de rigor. En el caso de ser los solteritos, las mujeres visten con el atuendo de fiesta de la mujer jaujina: falda adornada con hileras de cintas de seda; monillos con aplicaciones de lentejuelas y pedrería, manta bordada y orlada con cinta de seda, sombrero de paja; zapatos de taco alto y un cuerno o wajla.

La coreografía de la Jija consta de una serie de pasos, y también presenta variantes distritales. En términos generales, la danza consta de cinco partes: 1. Pasacalle, desplazamiento de los bailarines al campo de trabajo o lugar donde se hará la representación, con pasos cortos y marciales; 2. Surge o sorge, presentación del conjunto de jijeros y del mayordomo, cargando éste la Cruz de Mayo con la asistencia de dos damas; 3. Pasión, corte de las gavillas representado con un movimiento lento y rítmico; 4. Mudanza, donde se presentan diversas figuras coreográficas como el cruce de hoces, acrobacias con el sombrero, etc. de un conjunto de veinticuatro pasos existentes, hechos por lo general en corrida lateral con la mano izquierda en la cintura y blandiendo la hoz en la derecha. La música para este momento son diversos huaynos alternados con la tonada característica de la Jija; 5. Colocación, tiempo en que la Cruz es devuelta ceremoniosamente al altar de la iglesia de la que fue sacada.

La música que acompaña esta danza tiene como base una tonada tradicional característica, que se repite en todas las variantes registradas; con esta tonada tradicional se alterna una serie de tonadas compuestas para la ocasión, conservando el ritmo apropiado a cada paso e incluyendo algunos huaynos conocidos. Esta alternancia de géneros de diverso origen hace de la música de la Jija un corpus musical de gran riqueza.

La orquestación con que se interpreta la música de la Jija incluye un rango que va desde instrumentos como quena, tinya, arpa y violín, conformación tradicional de toda la sierra central hasta la orquesta típica o filarmónica del centro, de aparición más reciente, conjunto conformado por clarinetes, arpa, uno o dos violines y saxofones.

El origen de la Jija se asocia, según la tradición oral de algunos distritos, a una representación de la siega, siendo en este caso un baile de varones representando a los segadores. En algunos otros distritos de Jauja se asocia a los bailes de salón europeos al ser un baile de pareja de pasos discretos y sin tomarse de las manos.

Estos argumentos se sustentan en dos hipótesis. Se considera, por un lado, que el término Jija proviene del baile de salón conocido como giga, de pasos rápidos y saltados que, originario de las islas británicas, en los siglos XVII y XVIII se popularizó en toda Europa. Esta versión es sostenida en el libro Danzas Nativas del Perú, de José Oregón Morales y Eva Cosset Oregón Tapia. Sin embargo, la Jija de Jauja, en la mayor parte de sus variantes, no se asemeja a una representación de un baile de salón, sino que representa la actividad de siega con hoz, del mismo modo que los enérgicos pasos de la Jija tienen poco que ver con los pasos propios de bailes de salón.

En el caso de la segunda hipótesis, el nombre Jija vendría de jijona, una variedad de trigo originario de las zonas españolas de La Mancha y Murcia, especie que podría haberse cultivado entre los siglos XVII y XVIII en el valle del Mantaro. También vinculando el origen de la Jija con la actividad de la siega se sugiere que el nombre Jija deriva de las voces dadas por los bailarines durante el "guapeo" de los segadores.

Al margen del origen, la Jija es una expresión que concentra un conjunto de factores históricos y culturales que han hecho de esta danza una manifestación compleja en componentes y significados para la población de los distritos de la provincia de Jauja, origen de esta danza. De haber sido una danza ritual para el inicio de la cosecha del trigo, según una costumbre andina de ritualizar el inicio de cada actividad importante, pasó a ser una representación de esta actividad que forma parte de la fiesta de la Cruz de Mayo, tiempo de cosecha de cereales al que desde el inicio estuvo por tanto asociada. Posteriormente se ha convertido en algunos distritos en una danza de parejas, similar en los pasos a la giga europea, por lo que puede suponerse que esta danza concentra diversas vertientes en un original sincretismo.
Fuente: Resolución Viceministerial Declaratoria Patrimonio Cultural de la Nación.

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18 de abril de 2018

El barquito de papel



“Soy hombre de lluvia. Porque de niño jugaba bajo la lluvia y ahora de grande, bailo y canto bajo la lluvia…”

Recuerdo que el año pasado regresé a Jauja aún en tiempo de lluvia, para despedirme de los carnavales. Ya la gente parecía más tranquila, esperando con devoción la Semana Santa y a Taita Cáceres. Pero yo, aún tenía que cumplir una invitación de un buen amigo, que era padrino de cortamonte en el distrito de Yauyos.

Un día antes del cortamonte salí de casa para pasear y mezclarme con la vida cotidiana de Jauja, camine por algunos lugares que parecían estar detenidos en el tiempo y que aún mantienen sus encantos y su magia de ciudad antigua. Preferí caminar y no subir a una “mototaxi” porque recordé que antes no había esos vehículos. La gente se trasladaba a pie o en bicicleta de un lugar a otro y Jauja era más tranquila, sin mucho tráfico, sin mucho bullicio. Además, comprendo que caminar es sentir y es estar más en contacto con nuestra tierra. Es sentir más a Jauja.

Camine por las callecitas, recordando buenos tiempos de infancia y pubertad. Cuando mi mundo era de juegos, de alegrías y de algunos inocentes amoríos. Cada paso que daba despertaba mis recuerdos y a veces cerraba los ojos para retroceder en el tiempo y encontrarme con esa escena vivida. Todo dependía del lugar en que me encontraba.

Como era época de invierno, la tarde soleada y colorida cambió a un color gris de un momento a otro y empezó a llover. Quise correr a guarecerme, pero recordé que en mi infancia muchas veces jugué bajo la lluvia, sin importar del frio. Recordé que también muchas veces salía al campo a pasear con un amor de ese entonces y algunas veces nos sorprendía la lluvia. Nos protegíamos del aguacero entre eucaliptos y chaguales, y era momento propicio para entregarnos a ese sentimiento puro e inocente de nuestro cariño, combinado con aroma a tierra mojada y aromas de amor. Algunas veces, cuando no pasaba la lluvia decidíamos regresar a la ciudad caminando de tramo en tramo, desafiando a la naturaleza. Nos mojábamos íntegramente, pero en cada tramo que nos parábamos para descansar, nos abrazábamos, nos mirábamos en silencio, solo se escuchaba el ritmo de la lluvia y de nuestros corazones. Yo le limpiaba su rostro mojado, ella también y nos besábamos. Como para darnos calor, o algo más, quien sabe, solo nosotros lo sentíamos. Quizá ahora solo los dos lo recordamos.

De regreso a mi realidad, decidí seguir caminando bajo la lluvia sintiendo cada vez más fuerte las gotas de agua. Yo llevaba puesto una buena casaca de cuero que me protegía de la lluvia, mi pantalón “jean” también se acomodaba a tal adversidad y para completar, calzaba como siempre, mis botas texanas que me permitía caminar con comodidad sin temer a los charcos que se formaban.

Por donde caminaba, muchas personas, que se protegían de la lluvia en las puertas de las casonas, en las tiendas o en un lugar donde se mantenían secos, me miraban con asombro como caminaba bajo el aguacero, sin importar como me mojaba. No comprendían que no solo quería recordar, sino sentir como en mi niñez jugaba bajo la lluvia. Solo tenía cuidado que mi madre no me viera, porque de seguro no entendería por qué caminaba bajo la lluvia y se molestaría. A pesar que los años han pasado, ella no deja de ser la madre y yo un hijo. Siempre una madre se preocupa por su hijo.

Caminé por mucho tiempo por las calles desoladas por culpa de la lluvia. Sin importar que mis cabellos empezaran a perder su rigidez y ceder ante la lluvia, emanando hilos de agua por mi rostro. De vez en cuando sacudía mi cabeza y pasaba mi mano por mi rostro para secarme.

La lluvia era cada vez más fuerte y por ambos lados de la calle se formaban riachuelos en los drenajes, buscando su curso habitual. Tal paisaje me trajo a la memoria cuando jugaba con mis amigos a la carrera de barquitos de papel. Cuando la lluvia era intensa, preparábamos los barquitos con las hojas de nuestros cuadernos o de un periódico pasado. Tratábamos que sean resistentes a las corrientes de agua, porque eso era garantía que nuestros barquitos soportarían las fuerzas del agua. Salíamos a la calle y desde la esquina de los jirones Bolívar y Bolognesi, cada amigo con su barquito, iniciábamos la carrera. Desde el punto de partida, íbamos corriendo detrás de ellos, alentándolos para que estén en el primer lugar. No se permitía levantar el barco y colocarlo más adelante, salvo cuando se atascaba entre los residuos o basura que la lluvia arrastraba a su paso, se podía sacarlo del atolladero.

Así seguíamos calle abajo sin importar en mojarnos. Ninguno de nosotros llevaba ropa seca, menos limpia, Nuestras caras y manos no sentían frio, pero si lo teníamos cuarteados, producto del frio. Muchas veces nos arrodillábamos para sacar o salvar a nuestros barquitos y siempre nuestros zapatos o zapatillas lo teníamos mojados junto con el bota píe de nuestros pantalones.

En esa época no teníamos videojuegos ni computadoras en casa. Para quedarnos como es ahora, sin salir de casa, sentados, mirando la pantalla y jugando “on Line” con otros amigos que a veces ni los conocemos.

Así no era nuestras vidas, éramos más niños de la calle. Porque muchos juegos se realizaban en los patios de las casas y en las calles. Habían juegos como las Escondidas (Ampay me salvo con todos mis amigos o plancha quemada, plancha quemada), la Chapada (Tú la llevas), los Quinchos (con las bolas lecherongas), el Lobo (Juguemos en el bosque mientras que el lobo no está, ¿lobo estas?), el Trompo (con la punta sedita), la Mata gente, los Siete pecados, la Bata, Salta soga, San Miguel, Kiwi, Mundo, la Cometa, la Gallinita ciega, Mundo, etc. En el patio o en la calle, todo espacio se aprovechaba para jugar.

Todos estos juegos eran sanos y ejercitantes, nos llenaba de alegría, emociones y cultivábamos amistades e interactuábamos socialmente para toda la vida con los amigos de la cuadra. Muchas veces nos quedábamos hasta muy noche, haciendo bulla mientras algunos de nuestros padres ya dormían. Terminábamos solo cuando uno de ellos salía y de un grito nos llamaban, dejábamos el grupo para ir corriendo a casa. Así terminaban nuestros días de juego. Al día siguiente, empezaría un nuevo capítulo.

Seguí caminando, recordando la carrera de barquitos y que en tres o cuatro cuadras los barquitos ya empezaban a mojarse por completo y a debilitarse. De a poco, se iban desarmando sin que nosotros pudiéramos hacer algo para evitar que naufraguen y solo queden como papel mojado. En esta carrera casi no había una meta, ganaba el barquito que más resistía.

A veces jugábamos con los palitos de chupetes o de fósforos, pero los barquitos de papel eran más interesantes y emocionantes.

Yo sigo caminando y pienso que por acá uno de nosotros ya habría ganado, me detengo, doy media vuelta y regreso por los mismos caminos de esos años de infancia. A veces con la alegría de haber ganado la carrera o a veces de haber perdido, pero con ganas de volver a empezar nuevamente el juego. En esos tiempos regresábamos corriendo, ahora regreso sin prisa y sin haber ganado ninguna competencia. Solo regreso con los recuerdos de mis barquitos de papel y con una sonrisa nostálgica.

Siempre en mis recuerdos estarán esos juegos de infancia y entre esos juegos, los recuerdos de mis amigos que compartimos los primeros años de nuestras vidas. Aprendiendo a convivir juntos, creciendo con las bromas que nos hacíamos, con nuestras peleas, con nuestras disculpas. Pero siempre aprendiendo a ser amigos cada vez más.

Ahora el tiempo se encargó de separarnos. Con algunos amigos aún nos encontramos y seguimos cultivando nuestra amistad, con otros no. Pero igual, aprendimos a vivir distantes, manteniendo nuestras amistades y manteniendo nuestros recuerdos.

El temporal acabó junto con mis recuerdos y mi caminata. Yo me arreglo la ropa y trato de sacudirme para botar la lluvia que llevo encima. Algunas personas me siguen mirando. Pero igual, no me incomoda porque sé que no comprenden lo que siento y por qué estoy mojado. Termino de arreglarme y me voy en busca de algún amigo que aún pueda encontrar en Jauja. Para darle un fuerte abrazo, para compartir nuestros recuerdos y crear nuevos episodios en nuestras vidas, que algún día solo serán recuerdos.

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10 de abril de 2018

“TUNANTUSUY”, La Historia de la Tunantada

El taller experimental artístico de la ADIT presentaran el proyecto “TUNANTUSUY”, La historia de Jauja hecho baile. Una recreación de la Tunantada a través de la historia, en el baile, la música, el teatro, la poesía, en un lugar llamado Xauxa. Con la participación del Taller Experimental Artístico de la ADIT.

Se llevará a cabo el día lunes 16 de abril a partir de las 7:00 pm en el Teatro Auditorio Mario Vargas Llosa de la Biblioteca Nacional del Perú, Av. De la Poesía 160, San Borja. Ingreso libre. Capacidad limitada.


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6 de abril de 2018

Un día como hoy, Jauja es elevado de Villa al rango de Ciudad


MINISTERIO DE ESTADO

El gobernador, cura y principales habitantes de la villa de Santa-Fé de Jauja han dirigido una representación al Gobierno Supremo, exponiendo los títulos que tienen para pretender se eleve aquella villa al rango de ciudad. Este pueblo que desde el tiempo del emperador Pacha-Cutec obtuvo notables privilegios, como lo indica su antigua denominación de Hatun-Sausa, tanto por sus servicios como sus ventajosa localidad, no ha llamado ménos la atención sobre sí en los tiempos modernos, por el patriotismo que siempre ha demostrado y la firmeza con que ha sostenido sus derechos á la vista del fuego y del fierro de los enemigos. Desde el 20 de Noviembre de 1820 en que la división del general Arenales puso á Jauja en libertad de pronunciar sus sentimientos, no ha cesado de hacer sacrificios gratos á la Patria, prodigando su sangre y sus recursos para cooperar á las miras del ejercito libertador. Estos motivos han autorizado los decretos anteriores, en que se han concedido exenciones y distintivos á que solo tiene derecho el mérito. Mas conociendo el Gobierno que también son acreedores á que se defiera á la solicitud que han entablado sus vecinos, ha resuelto lo que sigue:

EL SUPREMO DELEGADO

He acordado y decreto:
Art. 1. La villa de Santa-Fé de Jauja por los señalados servicios que ha hecho á la patria desde el 20 de Noviembre de 1820, tendrá en lo sucesivo el nombre y privilegio de Ciudad.

Art. 2. Los naturales de Jauja serán considerados cuando se establezca el plan general de contribución, disminuyendo la cuota que les corresponda sin notable perjuicio del Erario Nacional. El presente decreto se someterá a la sanción del Poder Legislativo por el ministro de Estado con la exposicion de los principios de justicia en que se funda.

Dado en el palacio del Supremo Gobierno, en Lima, á 6 de Abril de 1822. - 3.
Firmado: TORRE-TAGLE
Por órden de S.E. - B. Monteagudo.

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27 de marzo de 2018

Semana Santa, semana patria en el Valle de Yanamarca - Jauja


Todos los años, mientras en el valle del Mantaro se festeja con júbilo y devoción las actividades religiosas por la pasión, muerte y resurrección de nuestro señor Jesucristo; los jueves de Semana Santa se escenifica en el Valle de Yanamarca, la alegoría de “La Maqtada” o la “Tropa de Cáceres” ante una multitud de turistas locales, nacionales e internacionales que llegan hasta el valle de Yanamarca para apreciar esta interesante danza. Este baile es una remembranza de la llamada “Campaña de la Breña”, que se desarrolló durante la guerra con Chile en la sierra peruana bajo el liderazgo del mariscal Andrés Avelino Cáceres.

En la escenificación se puede apreciar a diferentes personajes como El Mariscal Cáceres, músicos compuestos de tambor y cornetas de guerra, escolta, oficiales, majtas, pashñas y las rabonas. También, los rancheros o carambiash y los chilenos que son vencidos y capturados.

Es una danza histórica que no ha perdido la caracterización de esa época por lo que el Instituto Nacional de Cultura - Junín, mediante Resolución Directoral No. 009-2008-DRC-J declaró a “La Maqtada o Tropa de Taita Cáceres de Acolla y Pueblos del Valle de Yanamarca, Patrimonio Cultural de la Nación”.

El Mariscal Cáceres, encabeza a su “Tropa” con marcialidad y “estilo militar”, le acompañan los músicos, la escolta, los oficiales, los majtas (jóvenes cholos) y las rabonas que bailan con movimientos rítmicos y perfectamente al compás del tambor y la corneta de guerra dando dos pasos adelante, uno atrás, y otros saltos en zigzag, que para ello se requiere de mucha habilidad, destreza, y gracia sin parar.

Para las órdenes marciales, en vista que no hablaban el mismo idioma, se cocía en el hombro izquierdo de los soldados un pedazo de pellejo con lana blanca (yuraj), y otro, en el hombro derecho, con lana negra (yana), esto facilitaba la uniformidad para girar o voltear a todo la tropa. Entonces, cuando Cáceres decía “yana jaracha ticrari”, significaba que debían girar a la derecha, y cuando decía “yuraq jaracha ticrari”, significaba que tenían que girar a la izquierda, porque a ese lado estaba el pellejo blanco.

Encabeza el desfile el “Brujo de Los Andes” y su estado mayor, correctamente uniformados, montados sobre los mejores alazanes del valle de Yanamarca, seguido por el batallón desfilan las “rabonas” con sus “quipes” de alimentos, utensilios y trastos de cocina, destacando las pailas y los gigantescos cucharones de madera que blanden las sufridas mujeres compañeras de los guerrilleros.

Ocupando el centro de la formación nunca falta el “chileno” capturado por la tropa, quien es conducido con una soga o cadena que terminan enlazados en los pies y manos del enemigo derrotado.

Seguidamente van marcando el paso los batallones de Infantería Nº 3 Sector Norte y de Artillería Sector Sur, todos ataviados con vestimenta militar. Últimamente, también desfilan soldados del Ejército Peruano, además que se matizan con diversas escenificaciones del acontecer histórico nacional e internacional.

Dentro de su religiosidad y su fe, los pobladores de Acolla reviven en esta estampa folklórica su alegría triunfal en el desalojo de los chilenos del centro del Perú. Una semana Santa y Semana Patria único en el Perú.

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21 de febrero de 2018

El amor en tiempo de carnaval jaujino

Era tiempo de carnaval cuando regrese a Jauja. Tiempo en que los jaujinos demostramos nuestra alegría y garbo bailando los tradicionales cortamontes, una coreografía elegante y romántica que engalana las pandillas en nuestros barrios. Tiempo en que muchos de nosotros regresamos a la madre tierra, atraído por su magia y su tradicional alegría.

Era la traída de árbol del barrio La Libertad y con un amigo fuimos por la tarde a ver el “Hatun Jilo Shalcuy” (parada de monte) en su plazuela. Nos ubicamos lejos, para no ser víctimas de las féminas que se ensañaban con los hombres empapándolos de harina, lugar desde donde podíamos ver tranquilos el éxtasis del carnaval que se vivía. Cuando miraba a distintos lugares, pude observar a una hermosa jaujina que no la reconocía, le di un suave codazo a mi amigo para preguntarle quien era, pero tampoco la conocía, nos preguntamos quien era y con un poco de lastima solo atine a observarla hasta que se perdió en la multitud.

Más tarde, cuando la noche había caído y ya habían plantado los árboles, las parejas empezaron a bailar con dirección a la Plaza de Armas, nos adelantamos unas cuadras para ver la pandilla que encabezaban los padrinos. Entre la multitud de bailantes y espectadores que pasaban, me volví a cruzar con ella y pude robarle una mirada, fue breve porque las personas que venían detrás la empujaban y pasó raudamente por mí delante. Yo me quede mirando a las demás parejas que pasaban bailando y luego seguir a los bailantes. Llegamos a la plaza y nos ubicamos frente a la municipalidad para contemplar el jolgorio y la alegría de nuestro carnaval, había mucha gente que bailaba y “guapeaba”. Todo era alegría, era tiempo de carnaval.

Entre la multitud nos volvimos a encontrar y pude observarla con más tranquilidad porque las parejas y personas estaban más dispersas, nuestras miradas se congelaron un momento y nos quedamos parados frente a frente. Yo solo atine a dar unos pasos más para acercarme, dejando atrás a mi amigo y decirle tímidamente “hola”. Igual, me respondió tímidamente con un “hola”, pero fue suficiente para iniciar una conversación y me presente formalmente. Empezamos a caminar, me contó que regresaba a Jauja después de mucho tiempo y su soledad era porque sabía poco de sus amigas del colegio y porque vino de improviso por unos días. Dimos muchas vueltas por el perímetro de la plaza contándonos nuestros pasados y conociéndonos de a poco. Cuando la mayoría de los carnavaleros ya se habían retirado, me ofrecí acompañarle a su casa, ella acepto y caminamos por el Jirón Grau rumbo a la plaza Santa Isabel. En el camino me sentía un poco lerdo pero trataba de disimular. Me comentó que siempre esta calle fue su camino cuando iba y regresa del colegio y las veces que salía a pasear. De a poco se quedó callada y observó detenidamente los alrededores de la calle angosta, yo detuve un poco mis pasos tratando de sincronizar con su lenta mirada, me contagio su curiosidad y observamos los portones viejos, las grandes ventanas, las paredes descoloridas por las lluvias, por el sol y por el tiempo. Rompió su silencio y me dijo que este lugar no había cambiado mucho, que todo era casi igual a pesar que regresaba después de muchos años. Por su comentario sentí que le traían muchos recuerdos de la época del colegio, nuevamente se quedó callada. La miré, una sonrisa acompañaba su silencio y sus recuerdos. Dejé que se consumiera en su pasado y en sus recuerdos.

Volvimos a caminar y me indico por dónde ir, no sabía dónde vivía pero me dejaba llevar, cruzamos los arcos de la Plaza La Libertad y caminamos rumbo al cementerio. Un camino lleno de silencio y soledad, flanqueados por árboles y un poco oscuro, debido a la poca iluminación artificial. Solo nos alumbraba un poco de luz de la luna llena que el tupido de los arboles dejaba pasar. Nos adentramos en la oscuridad sin temer a nada y entregados a nuestra conversación. Se detuvo casi en el lugar donde los cobarrianos habían plantado los árboles para el cortamonte, frente a la piscina municipal, y señalándome al lado contrario, al jirón Olaya, me dijo que vivía a unas cuadras. Me hizo entender que no quería que le acompañe hasta su casa, caminamos despacio y nos detuvimos en una esquina. Yo me recosté en una pared y pude ver una hermosa casa que tenía una chimenea y un enorme árbol de pino en el jardín. Antes había pasado por ahí pero nunca le había prestado atención, ahora estaba frente a esa casa y podía ver los detalles de su hermosa arquitectura. Ella se ubicó frente a mí y gracias a los rayos del plenilunio que reinaba el cielo pude contemplar de más cerca su hermosura, su piel blanca, sus delgados labios color rosa fucsia, sus cabellos negro azabache, largos y ondulados que a veces jugaban con el viento. Creo que muchas veces se daba cuenta que la observaba y avergonzada sacaba su cautivante mirada a otro lugar.

Nos olvidamos del tiempo y pasamos muchas horas conversando y contándonos tantas historias de nosotros, tantas anécdotas como minutos que el tiempo contaba y no perdonaba. Ya era de madrugada y hacía frío, ella llevaba puesto una chompa y un chaleco. Entumida, tenía los brazos cruzados y de vez en cuando se frotaba sus antebrazos tratando de darse calor. Yo le ofrecí mi casaca y ella acepto, yo me sentía muy bien con su compañía y no quería que esto acabe, ella acepto mi casaca y asumí que tampoco quería irse. Era un momento mágico que quería detener, pero no podía. En nuestra conversación le pedí para bailar, ella me dijo que no podía porque no tenía la vestimenta, le dije que no se preocupara, que solo necesitaba sus zapatos, que yo le daría lo demás, me dijo ¿Cómo? Le explique que mi mamá tenía varias vestimentas y le pediría prestado. Ella acepto con dudas, me di cuenta de su incertidumbre y volví a preguntarle y me dijo que había otro problema, que pertenecía a una religión cristiana y que no aprobarían que baile, pero de todas maneras le preguntaría a su Pastor. Yo feliz le hice un gesto de agradecimiento y ya cerca de las tres de la madrugada me dijo que tenía que irse, antes nos pusimos de acuerdo para vernos a las once de la mañana en el mismo lugar donde estábamos. Me acerque y le di un beso en la mejilla, pude sentir su piel gélida. Me miro y sonrío. Me devolvió mi casaca y nos despedimos. Me quede parado y poco a poco se perdió en la oscuridad, yo regrese por el mismo camino, lleno de alegría. Esa madrugada me olvide de mis amigos que seguramente se encontraban en algún lugar divirtiéndose como de costumbre. Yo me fui alegre a dormir y aunque no tenía sueño, esperaba ansioso que pronto amaneciera.

La mañana era radiante, el cielo era completamente azul con pocas nubes. Los cantos de las aves alegraban el día y mi corazón latía cada vez más cuando me acercaba al lugar del encuentro. Pude verla que venía desde la otra cuadra, con la luz del día era más hermosa. A lo lejos me regaló una sonrisa y yo le recibí con un beso en su mejilla. Caminamos rumbo al cementerio comentando sobre la noche anterior y después me dijo que muy temprano había visitado a su Pastor para decirle que tenia deseos de bailar y quería su permiso, el Pastor le contesto que Dios ni la religión no le prohibía bailar, con las enseñanzas que recibió, ella debería saber qué actos debe prohibirse, y si estaba segura de no cometer ningún pecado, podía bailar. Yo la vi animada y ahora si estaba segura que bailaría conmigo. Me alegre mucho.

Ingresamos al cementerio y nos dimos tiempo para caminar por todos los rincones, estaba llena de soledad, tranquilidad y sosiego. Ingresamos a uno de los pabellones antiguos para ver las tumbas. El tiempo parecía retroceder y se sentía algo gélido. Sentí que ella se me acercó más, comprendí su miedo, porque cambió hasta su manera de hablar, con un tono más bajo y con algo de temor. Pero no había mucho que decir, éramos solos los dos rodeados de soledad y de tumbas. En un momento dejamos de caminar para leer los nombres y las fechas de las placas de los nichos, mirábamos por todas partes y por ahí nuestras miradas se encontraron, nos quedamos prendidos de nuestras miradas sin decirnos nada. Sentí algo mágico al contemplar fijamente sus ojos, como si podía sentir su ser interior. Vi como sus pupilas cada vez brillaban más y me sentí atraído. Me acerque de a poco hasta besarla. Ella, al sentir mis labios, cerró sus ojos y se dejó llevar, yo también cerré mis ojos y nos entregamos al fuego de pasión que empezábamos a encender.

Fue un beso largo y tierno, después no fue necesario palabra alguno, nos volvimos a mirar en silencio, sus pupilas brillaban aún más, nos regalamos una tierna sonrisa y sellamos nuestro sentimiento con un fuerte abrazo. No la solté y ella recostó su cabeza meciéndose en mi hombro, mi corazón latía más casi al ritmo de una tonada de carnaval de una banda que se escuchaba a lo lejos. No recuerdo cuanto tiempo estuvimos así y dentro de ese pabellón, pero salimos tomados de la mano y con una felicidad plena. Era hora del almuerzo y deberíamos regresar, ahora si la acompañé hasta su casa y quedamos para vernos al día siguiente.

En la tarde, busque la oportunidad para conversar con mi mamá y pedir prestado su vestimenta, al comienzo se negó aduciendo que se ensuciaría de barro porque llovía mucho. Prometí cuidarlo y a las finales accedió, me dio a escoger y elegí lo mejor que tenía. En la noche me encontré con mis amigos, lleno de felicidad les conté que ya tenía pareja para bailar, pero no les dije quién era.

Al día siguiente, por la mañana fui a su casa, por primera vez toque la puerta y pregunte por ella. Salió un poco sorprendida, le dije que le traía el atuendo y se alegró, me sonrió y me dijo que regresara por la tarde, que tenía que arreglarse. Me despidió rápido, pero yo feliz. En la tarde, ya cambiado con mi terno fui a recogerla, cuando salió, se presentó reluciente con el atuendo típico de una jaujina, haciendo gala que la mujer jaujina es muy hermosa, me quede pasmado por un instante, reaccioné con una sonrisa y con palabras de halagos y nos fuimos al barrio La Libertad. Esa tarde nos conocimos más, empezamos a coordinar nuestros movimientos, al comienzo algo burdo pero poco a poco fuimos refinando hasta llegar a dibujar alegres y carnavalescas coreografías al estilo jaujino y al ritmo de la banda de músicos. Las horas pasaban y cada vez eran más intensas el derroche de gala de las parejas, al igual que nuestro sentimiento, que cada vez se estrechaban más, incluso cuando la banda de músicos dejaba de tocar, nosotros nos perdíamos entre la multitud de los bailantes sin soltarnos de la mano. Cuando la noche ya cubría la fiesta, nuestro amor relucía destellante, gracias a su hermosa mirada, a su cautivante sonrisa y a sus besos apasionados que le robaba de vez en cuando.

Y así, fueron varias veces que bailamos en diferentes barrios, puedo decir que ese año fue la mayor cantidad de cortamontes que baile, siempre con ella. Incluso me pase del tiempo de mi estadía y vacaciones, pero no importaba, el amor que había encontrado me hacía olvidar todo, era feliz y era lo único que me interesaba. Nos volvimos inseparables, todos los días nos veíamos, y cuando no había cortamonte, solíamos pasear por el parque o por el campo, incluso desafiando a la lluvia. Y en las noches, si no caminábamos por la plaza o por los jirones Grau y Junín, nos internábamos en un terreno lleno de árboles que había frente a su casa. Con la luna de testigo que nos daba un poco de luz y confundidos entre la oscuridad y la vegetación, nos entregábamos a nuestras caricias, todo al natural y a veces algo prohibidas. Cuando llovía no huíamos de nuestro idilio, al contrario, muchas veces hasta sentí como las gotas recorrían su cuerpo y como desaparecía con el calor que nuestras caricias emanaba. Pero como todo acaba, también la noche y con ella, se iba el fuego de nuestra pasión, y regresábamos a casa.

Pasaron semanas y ya habían terminado los carnavales, y un día le pregunte algo preocupado, ¿Cuándo viajas a Lima? Ella me respondió: viajo cuando tú regresas a Lima. Me sorprendió su respuesta, la mire a sus ojos y pude ver amor, me emocione, la bese y la abrasé con todo mi fuerza. Entonces no tenía caso quedarnos más en Jauja y decidimos regresar a Lima.

Cambiamos las mañanas tranquilas, nuestros hermosos paseos en las tardes por el campo, nuestras noches románticas y apasionadas, nuestras largas conversaciones y las veces que buscábamos alguna estrella fugaz del hermoso e inmenso cielo estrellado de Jauja, por los días agitados de Lima. Nuestros encuentros ya no eran diarios sino a la semana, ya no había noches que podíamos estar juntos, solo en las tardes y un momento de conversación. Yo vivía por el centro de Lima y ella vivía en el distrito de San Juan de Miraflores. Solíamos encontrarnos solo los sábados al mediodía, paseábamos por la Lima Colonial o buscábamos un parque donde conversar y máximo a las nueve de la noche nos despedíamos. Y así nos citábamos cada semana, en el mismo lugar, a la misma hora. Era un pacto sentimental.

En una de nuestras citas, al momento de despedirnos, acordamos encontrarnos en el día de su cumpleaños, quería pasar conmigo y yo encantando acepte. Pero un día antes de nuestra cita, me encontré con unos amigos del colegio y con mucha emoción decidimos reunirnos en casa de uno de ellos, ya que sus padres habían viajado a Jauja y estaba solo. La reunión fue amena y nos quedamos a dormir en su casa. Cuando desperté mire el reloj y de un salto me levante muy preocupado porque era las 11 y 30 de la mañana y debería estar al medio día en el centro de Lima, estaba lejos y no llegaría a tiempo. En esa época ella no tenía celular para llamarla y decirle que me espere, solo me lave la cara rápidamente y salí presuroso a tomar cualquier movilidad. Llegué a las 12 y 15 de la tarde, fui corriendo al lugar donde siempre la esperaba, pero no la vi, camine rápidamente una cuadra más pero no la encontré, regrese para ir hasta la otra cuadra y nada, no estaba. Me desespere, no sabía qué hacer, regrese al lugar de nuestro encuentro y me quede esperando con la esperanza que llegaría. Mi espera fue en vano, caminé hacia la Av. Wilson por si acaso, mirando a todos lados tratando de encontrarla, regrese al mismo lugar y me quede esperándola. Ya el tiempo no me importaba, además no quería moverme de ahí, era el único lugar donde podía ubicarla. Pero después de varias horas, mire mi reloj y era las 5 de la tarde, me di por vencido y decidí retirarme, pero pensando en ella y maldiciendo haber llegado tarde.

En los días siguientes pensé mucho en ella y buscaba la manera de encontrarla porque no sabía dónde vivía, solo quedaba esperar que se cumpla la semana y volver a la hora que siempre nos encontrábamos. Fui como de costumbre, pero no la encontré, espere hasta las 3 de la tarde y nunca llegó. La siguiente semana hice lo mismo, pero solo la espere una hora, tampoco llego. Me retiré triste y abatido, solo sabía que vivía en San Juan de Miraflores, pero como buscarla, es un distrito muy grande y no conocía. A Jauja no iría al menos en cinco meses que acababa el ciclo de la universidad y era mucho tiempo para mi sentimiento. La siguiente semana ya no fui.

El tiempo paso y no pude regresar a Jauja por mucho tiempo, poco a poco la herida de mi corazón se fue cerrando al punto de hacer otra vida. De volver a enamorarme de otra mujer, supongo y estoy seguro que ella también hizo lo mismo. Los años pasaron, pero siempre hay momentos, como ahora que es tiempo de carnaval, que me recuerdo de ella. Entiendo que el amor entre nosotros acabó, aunque nunca nos dijimos personalmente que nuestra relación sentimental se daba por terminado. Sé que algún día, no sé cuándo ni dónde, sé que me encontraré. Ahí capaz tendré la oportunidad de explicarle lo que sucedió y también de terminar ese amor, que el tiempo ya se encargó de curar y también para cerrar un capítulo de mi vida.

Lo que en su momento fue algo hermoso e intenso, ahora solo es un hermoso recuerdo de un amor en carnaval y solo deseo que cuando la vuelva a encontrar, que sea en carnavales y en Jauja.

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13 de febrero de 2018

El Manshu, costumbre del carnaval jaujino

Parte de nuestro tradicional carnaval jaujino, como es la traída de monte, junto con el sombrero de paja, la ushcata, la huajla, la tinya, la chicha de jora, el tradicional puñal (un trago de caña pura); también es tradicional, el “Manshu”.

El Manshu es una mezcla de varios licores completados con la chicha de jora que el padrino prepara con antelación al día de la traída de monte. Algunas veces se le agrega pepas de rocoto y hasta orines para hacerle temida por los invitados y hacerle beber a la persona castigada. El Manshu es un castigo y a veces, es también un juego que se aplica a quienes infringen alguna ejecución de la costumbre, como carecer de alguna indumentaria, uso de la manta sin las características jaujina, mala posición de la manta, no llevar manta o sombrero, llegar tarde, no ayudar, ser groseros, etc.

Los allegados o familiares del padrino son los que tienen la botella con el Manshu y van observando a los invitados o “cuellos”. Si alguien no cumple con la tradición, al grito de ¡Manshu!, se abalanzan sobre el castigado, a quien se le sujeta los pies y los brazos estirados en "X". Cuando el castigado pone resistencia y no abre la boca, le aplican el pulso (le aprietan su miembro viril) y le introducen un chupón en la boca y ahí le obligan a beber la botella llena de la mezcla de licor.

La costumbre antigua dice que, el primero en ser castigado es el padrino "disque" por haber tumbado el monte, luego dicen que es el turno de los huajleros por no tocar bien y así, sucesivamente, van cayendo uno a uno, quienes rompen la tradición y el buen comportamiento. Cualquier motivo, es motivo para el Manshu.

Ya saben, a tener cuidado y a comportarse bien.

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8 de febrero de 2018

Comadres y Compadres, la fiesta de la Mayordomía en Paca – Jauja

El jueves, “Día de las Comadres”, arriban a la plaza principal visitantes para celebrar tan conmemorativo día. La concentración para el juego de carnavales se desarrolla en la alameda del distrito. Muchos turistas se congregan para disfrutar de un día esplendoroso; de donde se dirigen para jugar con las aguas del río “Mayupata” mientras tanto los señores Mayordomos que son en número de nueve hacen los preparativos para salir a la plaza donde se les hace entrega de las ceras en el acto llamado ”cera marquitay”, que consiste en el reparto o entrega de algunas arrobas de cera a cada Mayordomo que es el producto acumulado durante el año que los fieles han encendido en los veladores del Señor de Ánimas de Paca.

Cuando llegan a la plaza anuncian con quema de cohetes y juegos artificiales; de inmediato se reúnen en el local comunal del pueblo para acordar los últimos detalles de la fiesta. Al término de esta reunión cada uno esperan, ansiosos, sus respectivas bandas de músicos en la puerta de la iglesia a cuya llegada se escucha el tañido de las campanas, el estallido de bombardas y cohetes quiebran el silencio del pueblo; el viento se esparce a los rincones el tono clásico e inconfundible marcha diestramente interpretada por la banda de músicos.

A la llegada de todos los conjuntos empieza la verdadera fiesta con la música de fondo, “La Pachahuara” (pacha=tierra, huara=amanecer), danza típica con estilo propio y ritmo melancólico, es sinónimo de agradecimiento a la madre tierra por las cosechas anuales que provee a todos los comuneros, por ello se rinde homenaje a la tierra que fue bendecida por el Santo patrón Señor Animas de Paca. Durante toda esa noche bailan al son de esta música; los varones visten ponchos color blanco con algunas franjas, sombrero y un puro en la mano; las damas lucen amplias faldas o “cachemiras” de color negro, monillo blanco, mantilla de variados colores, sombrero blanco y un puro. Así durante toda la noche, acompañados con él “quemado” o licor casero, elaborado con hierbas silvestres para soportar el intenso frío, danzan reiteradas veces al contorno de la plaza deteniéndose solamente de rato en rato para saborear “el quemado”. El festivo ambiente se torna cada vez más grande con mayor número de parejas que se aúnan tomándose la fiesta más dinámica hasta llegar a un clímax efervescente, esta fiesta maravillosa en la que parientes, amigos y vecinos en general, entre salud y salud, sienten acrecentar la amistad y acentuarse más el calor y la emoción del reencuentro, hasta sentirse rendidos.

Se cuenta que durante toda la noche el Señor de Paca baja de su altar para danzar la Pachahuara. Este hecho es de conocimiento del despensero que, para el efecto, viste con las mejores prendas al santo: un poncho tejido con finas lanas, lleva también un puro y un bando que cada año obsequian sus devotos.

Al día siguiente muy temprano, hacen todos los aprestos para continuar con el rito donde servirán al público asistente los platos típicos como “puchero” “locro” y el delicioso pan “Jalay”; vestidos con el atuendo típico; al compás de la Pachahuara hacen su ingreso los Mayordomos llevando los potajes ya mencionados, todo adornado con serpentinas y globos. Los acompañantes así familiares, amigos e invitados portan la bandera peruana en sus sombreros; acompasados con huapeos colocan los peroles en la puerta de la iglesia donde el público espera impaciente haciendo largas colas para recibir el locro o puchero así como el pan jalay no sin antes los señores Mayordomos hacen bendecir la comida por el sacristán del lugar. Ya por la tarde, los comuneros realizan un juego ancestral llamado “El Chuicash o Chuecash”.

El día sábado de carnaval por la tarde en el atrio de la iglesia Matriz de Paca se realiza la sucesión del cargo de la Mayordomía. El Mayordomo saliente se despoja de su banda y le coloca al Mayordomo entrante, es así como se realiza el cambio de cargo con mucha devoción al Señor de Paca y demostración de alegría mediante un “baño de cerveza”. Luego acompañado de su esposa o persona con quien hará pareja el año próximo, encabeza un desfile alrededor de la Plaza para ser reconocido por los asistentes como el nuevo Mayordomo, persona que tendrá a su cargo realizar la festividad de la Mayordomía.
Fuente: Municipalidad de Paca

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