Era la víspera de San Juan y toda mi
familia se había preparado para quemar nuestro muñeco de paja y demás ropas
viejas que no servían. Era de noche y hacia frío, mucho frío, pero lo combatíamos
con los ajetreos de los preparativos para el festejo. Porque era toda una
tradición que las familias jaujinas hicieran sus fogatas en la calle, frente a sus
casas.
Mi mamá me dijo que me abrigara, que
hacía mucho frío, pero no le hice caso. En eso, mi papá aprovecho para decirme
que este frío no era nada, que antes si hacía mucho frío, que caía helada y
malograba todo el sembrío.
- ¿Tú sabes porqué hacemos fuego esta
noche? –me pregunto mi papá.
- No -le respondí.
- Es una tradición antigua –empezó a
contarme- Una vez, San Juan había hecho una apuesta con el sol y le dijo: Si yo
me despierto primero, te quemo; y San Juan le respondió: Si yo me despierto
primero, te hielo. Dice que San Juan se había despertado primero y cuando el
sol se despertó, ya San Juan le había helado todo los campos y el sol ya no
pudo quemarlo. Por eso, cada que viene el 24 de junio todos queman en
representación del sol, para que no hiele los sembríos, como el trigo, la
cebada. Porque todavía recién están en leche y por madurar.
Yo me quedé en silencio y sorprendido
por su relato, él me dio una palmada y volvió a decir:
- Ahora si abrígate, no vaya ser que
San Juan también te congele.
Dio media vuelta y se marchó
dejándome parado y pensativo hasta que nuevamente los gritos de mamá me volvió
en sí. Debíamos sacar el muñeco de paja a la calle y prender nuestra fogata.
Afuera, ya había otras fogatas de los
vecinos que las rodeaban y saltaban para darse calor, algunos hasta con su
propia música y unos “calientitos” para el frío. Prendimos la nuestra y
empezamos a quemar el muñeco y las cosas viejas que ya no servía en casa y que
se podían quemar. Nos animamos a saltar la fogata y a escribir los deseos que
nos solicitaban. Los deseos se escribían en una pequeña hoja de papel y se
devolvía doblado para que no sea leído por nadie que no sea a quien se escribía
el deseo. Luego tenían que leer sus deseos: “Te deseo que…”, y después arrojar
el papelito al fuego para quede en secreto con la esperanza que se cumpla. Pero
siempre los amigos preguntaban que te desearon.
Más tarde, nos encontrábamos con los
amigos y recorríamos por todas las calles de Jauja, saltando las fogatas y confraternizando
con las demás amistades y haciendo un “caypincruz” en la fogata más alegre y
concurrida. Saltábamos desafiando las llamas del fuego. Quien no tuvo algún
percance al momento de saltar, un tropiezo o un mal salto, quedábamos casi en medio
del fuego y salíamos corriendo algo chamuscado el cabello, las pestañas, los
zapatos, hasta la ropa. También hacíamos bromas lanzando cohetecillos y
explotaban cuando alguien saltaba el fuego. Era una tradición de mucha alegría
y derroche de energía la noche de San Juan. Incluso se organizaban actividades
como las “Gran Fogata Show”, en el patio de uno de los colegios tradicionales
de Jauja y amenizado por uno de los grupos musicales de esos tiempos.
Se podría decir que casi todas las
calles de Jauja ardían por las diversas fogatas que las familias prendían. Hasta
parte de los cerros se encendían, combatiendo, como dijo mi papá, a la helada, producto
del solsticio de invierno y así, Jauja amanecía.
Hermosa tradición de la fiesta de San
Juan de nuestros antepasados, como siempre, sabios. Pero con el pasar del
tiempo, muchas tradiciones se dejaron de practicar y ahora solo queda en el
recuerdo y memoria de algunos de nosotros.
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