Por: Sonaly
Tuesta
A los siete
años ya sus pies se guiaban solos. Detenerse era imposible. La Tunantada se
había metido en su cuerpo, en el sukuy de cuero de res, en la máscara, la
máscara que su padre, el Zorro Loayza, lucía cada 20 de enero. Y era mágico
para este niño llamado Henoch, cuando el tunante empezaba a transformarse. Si
le preguntaban qué quería ser de grande, automáticamente respondía: tunantero.
“De pequeño, asustado y sorprendido, feliz, diría yo, veía como mi padre se
convertía en otro ser. A veces sentía miedo, porque ese danzante era un dios, era
otra persona. Entonces crecí admirando y bailando. Empecé a danzar a los siete,
hoy día que paso los 60 continúo bailando porque quiero mostrar la riqueza que
tiene Jauja. Soy el hombre que representa al pastor, al hombre que levanta la
tierra y da fruto. Soy el pilar, el corazón de Jauja, ese es mi personaje”
Henoch
Loayza Espejo es un Huatrila, un indio comprometido. No solo espera ponerse la
máscara para convertir la palabra y el movimiento en pura poesía. En el
lenguaje alucinado que tienen los jaujinos cuando llega la fiesta del 20 de
enero, la fiesta dedicada a San Fabián y a San Sebastián, a la Tunantada. El
poder humano se convierte en divino cuando la orquesta ensaya la tonada típica
y son cientos de gentes las que se unen en un baile, en una pasión, en esa
armonía de las diferencias que no privilegia escenario para volverse una
alegoría a la vida, a la alegría máxima, a la devoción.
Enmascarados,
festejando juntos
“¡Oh,
Tunantada! Has llegado a bendecirnos, a crearnos nuevas historias, a
retratarnos diferente, a confundirnos en un abrazo eterno, en un brindis de
clases y procedencias. ¡Oh, Tunantada!, bendita seas por jalarnos siempre a tu
lado, por darnos una nueva vida, por reinventarnos cada vez que aparecemos en
la Plaza Bolívar Crespo de Yauyos, antiguo Barrio de Jauja, hoy distrito; y
buscamos el palco que corresponde a la institución, una de las 25 que ahora
existen.”
Para Henoch,
revivir la escena significa juntarse con otros personajes, más de diez, y
confundirse como en esa feria grande de la colonia, cuando al caer la tarde,
compradores y vendedores, forasteros y lugareños disipaban el cansancio y la
frustración bailando. Bailando un ritmo que tiempo después sería tunantada, con
argentinos y jamilles, con wancas y jaujinas, con chapetones de bastón y acento
bien español, con cusqueñas y chunchos, con la María Pichana y su viejo, con
chutos decentes, varios, y un solo indio, el de zapatos de cuero de res, el de
la bolsita llena de coca, el último de la cuadrilla, el sabedor y conocedor, el
bailante: Henoch Loayza, quien vuelve a una feria, pero del siglo XXI. El 19 de
agosto fue reconocido como Símbolo Regional durante la feria de la Gastronomía
y la Peruanidad Sabe a Perú, en la ciudad de Huancayo.
Fuente:
Diario 16
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