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Jauja, donde pagan a los hombres por dormir, fustigan a los hombres que insisten en trabajar, los árboles son de tocino y sus hojas de pan de fino. Las calles están adoquinadas con yemas de huevo y lonjas de tocino, asadas y fritas...

24 de abril de 2014

¡Esto es Jauja!

Es esta expresión, dicho y exclamación que se usa cuando las condiciones de algo resultan extremadamente favorables o todo sale a pedir de boca, y siempre en referencia a un lugar, real o metafórico, paradisiaco, pero muy distinto a la isla de Utopía que ensoñó el teólogo, humanista, poeta, político y abogado Tomás Moro. Porque Jauja existe, es la capital de la provincia peruana del mismo nombre y está ubicada en el Valle del Mantaro antes de Jauja.

¿De dónde la fama?
En 1534 Pizarro, que había fundado la ciudad con el nombre de Santa Fe de Hatun Xauxa, que venía a ser una mezcla entre lo que le sonaba la denominación que en lengua quechua se daba al sitio y el correspondiente aval cristianizador, pasó allí con sus tropas algún tiempo antes de emprender la marcha hacia Cuzco, y resultó que entre el bonancible clima y la existencia de numerosos tampu o depósitos de alimentos que los incas habían instalado previamente, la estancia, que se prolongó varios meses, resulto gratísima a la hueste hispana. El enclave cobró pronto fama de pródigo e idílico, pero el espaldarazo definitivo se lo vino a dar el dramaturgo y actor Lope de Rueda, quien dio a la luz un texto dramático, La tierra de Jauja, describiendo una quimera donde a los hombres se les pagaba por dormir y apaleaban a los que se empecinaban en trabajar, los troncos de los árboles eran de tocino y sus hojas de pan blanco, las calles adoquinadas con yemas de huevos y lonchas de tocino fritas, y a sus lados, gallinas y perdices asadas, toneles de vino, cazuelas de queso y arroz con leche, todo de libre disposición para el viandante, las calles estaban empedradas con piñones y por ellas corrían arroyos de leche y de miel. Así se asentó la legendaria magnificencia del valle del Mantaro, y más en concreto del País de Jauja.

La leyenda pasó a la lírica francesa y a la narrativa inglesa con The land of Cockaygne, y tres décadas después del estreno de la pieza, en 1567, Pieter Brueghel, el pintor y grabador brabanzón, componía un lienzo en el que Jauja ya se ha convertido en edén; un edén en el que hoy y en el mismo sitio ya no hay un cerdo con el puñal clavado, ni un ganso en el plato, ni setos con salchichas; sino platos de pompa y circunstancia como el Puchero, con carnes de res, carnero y cerdo, cebolla, zanahorias, patatas, col y apio criollo o zanahoria blanca; el Ajiaco de papa; la Chicha de jora, que es un germinado de maíz seco y molido; el Picante de cuy o la Patasca, que es una mixtura de maíz, carnes de res y carnero, mondongo.

Durante la colonia, Jauja fue reconocida por su clima seco, especialmente beneficioso, según la medicina de la época, para los enfermos de las vías respiratorias y tuberculosis. El hospital de Jauja acogió a muchos residentes españoles que venían desde la capital e incluso la misma metrópolis para atenderse en la ciudad.

La riqueza que trajeron estos vecinos hizo que Jauja tomara nuevamente renombre y se reforzara la leyenda del "país de Jauja" donde se afirmaba que de los ríos manaban leche y de los árboles, buñuelos. De hecho, se hizo popular la expresión "Esto es Jauja", que persiste en nuestros días y se aplica cuando en un lugar la riqueza está al alcance de la mano y la vida es fácil y sin restricciones.

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