Un 29 de enero, hace unos años, una pequeña razón cambio mi vida para
siempre, nació mi hija. Cada año que pasaba aprendió de mis conocimientos y yo aprendí de su pequeño
corazón a amarla mucho, al punto que ahora es mi razón para vivir porque su
amor que me da es incondicional y eterno.
Cuanta inseguridad y algunas caídas tuvo cuando aprendió a caminar y a
valerse de a poco por sí sola, pero siempre se paraba y tambaleando venía hacia
mí con sus brazos abiertos buscando protección, yo le abrazaba y le daba
seguridad. Cuantos juegos que tuve que volver a jugar por ella y compartir nuestras
alegrías con su sonrisa callada que me regalaba y algunos llantos también. De a
poco, empezó a pronunciar palabras que me daba alegría, más cuando me llamaba
papá, pero también me robaba lágrimas de emoción cuando me decía que me quería.
Cuantos fines de semana que pasamos juntos jugando en el parque con su
triciclo, yo corriendo detrás de ella para que nada malo le sucediera, o con
una pelota, dándole con delicadeza para que pueda responderme con sus manos
frágiles, o en el columpio empujándole suavemente para que pueda mecerse.
Recuerdo que una vez se cayó del columpio, imprudencia mía o de ella por no
agarrarse bien, no lo sé, pero yo aprendía a ser padre y ella a ser una niña, a
veces inquieta.
Cuantas tardes de caminatas cuando el sol ya se ocultaba y agarrados
de la mano regresábamos a casa después de haber jugado.
Pasaron los años y sus pasos cada vez se hicieron fuertes y cada vez más
largos igual que el mío, ya no tengo que caminar despacio para entonar nuestros
paseos. Su estatura también cambio y reclamo lo suyo y tampoco tengo que bajar
la mirada para encontrar su hermosa mirada.
El abrazo frágil que me daba se convirtió en un abrazo fuerte y con
seguridad, las palabras de un “te quiero” casi impronunciable se convirtió en
una demostración completa de amor. Sus conocimientos ya son como el mío, por los
días que pasamos juntos estudiando. Ahora lucha casi sola, casi independiente, por
ser mejor y captar más experiencia cada día que amanece y lucha sin cesar para
lograr el destino que decidió tener.
Ahora es una mujer pero para mí siempre será mi niña preciosa, esa
niña con su hermosa mirada, su bella sonrisa y la grandeza de su corazón. Yo
fui el arquitecto de su niñez y sé que ella será la arquitecta de mi vejez, y
con el tiempo, será quien guie mis pasos y me dé seguridad como yo lo hice al
inicio de su vida. Sé que no soy un hombre perfecto, pero trato de ser un buen
padre, y siempre estaré contigo en las buenas y en las malas.
Es el motivo que hoy tengo una cita especial con una de las mejores
mujeres que tengo en mi vida.
Simplemente
eres mi vida y lo serás por siempre aún más allá del infinito… ¡Feliz
cumpleaños amorcito, mi pequeña Nikita!
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