Este 25 de diciembre
ven a Jauja y vive con nosotros una Navidad Ancestral, llena de magia y
devoción, al compás de la música y danza de nuestra tierra.
Por tal motivo, la Asociación
Cultural Presencia de Jauja, como todos los años, cada 25 de diciembre viene
representando la “Danza de la Huayligía”, estampa folklórica que ejecutan con
el objetivo de rescatar, promover y proteger esta tradición ancestral,
realizando para ello un pasacalle en la ciudad de Jauja y adoración a nuestro
niño Jesús en la plaza principal.
(…)
Piensa también en el Nacimiento que has montado, en torno al cual se alzan,
invisibles, las nieves de Lasuntay, de Huaracayo y del Marayrasu, y las cumbres
del Arparumi y de Huajlas, y donde se hallan las siete lagunas de Janchiscocha.
Un rumor cadencioso, lejano, pone fin a tus divagaciones. Se aproxima ya el
conjunto de las danzantes. Se escucha el sonido de los pincullos y de las
quenas, y el compás marcado por las sonajas de latón del pastor que escolta a
las pallas, y por las azucenas que portan las muchachas, como arbolillos de
luces de colores. Te inclinas, con las manos asidas a la baranda, y todo tu ser
se absorbe en esa música: Transcurren los minutos. Están ya muy cerca, y en
efecto no tardan en pasar por la esquina los grupos de chiquillos que van por
delante, y el pastor, luego, con la máscara que apenas si puedes adivinar a la
distancia. Las jóvenes, en fin, en dos columnas, todas con cabellos sueltos.
Sus azucenas como ramos sonorosos. Vienen luego los tocadores de pincullos, y
el hombre de la tinya, los acompañantes. Cortejo que acaso tampoco celebra el
Nacimiento cristiano, sino algo muy diferente. El despertar, quizá, del amaru
blanco y del amaru negro, las sierpes aladas que vuelven de su sueño de siglos
y emergen en pos de la flor del rocío y de la nieve, la sullawayta. Tal es,
quizás, el acontecimiento que sin saberlo celebran las muchachas. Se van, en
fin, por la calle que conduce a la plaza, y es como si tú también te hubieras
sumado al conjunto. Desde el balcón inmóvil, miras la calle apenas iluminada.
Danzas también, en cierta manera, y en tu embriaguez se mezclan alegría, temor,
angustia. Tú también festejas la periódica resurrección de los amarus, que
algún día se convertirán para siempre en lluvia, en luz, en arco iris. Sigues ahí,
feliz y como abrasado por la antorcha danzante y cantora que se aleja. Se van,
y no tardan en callar la música, a lo lejos, pues llegan al templo. Continua la
brisa intermitente. De rato en rato cruzan el cielo esos resplandores. Sigues
ahí, como si te replegaras otra vez en ti mismo, en ese ardor que se expande en
ti, muy dentro de ti, como que tiene sus raíces en tus sueños y terrores más
antiguos, y, aún más allá, en los orígenes del mundo. En esa hondura del tiempo
y de la noche…
(Edgardo Rivera Martínez – País de Jauja).
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