Fuente: Diario La Republica
Por Wilber Huacasi
Fotos Jorge Jaime Valdez
Con más de diez personajes en escena, la tradicional fiesta de la tunantada es una parodia de los antiguos grupos sociales de la primera capital del Perú. Es también una representación del mestizaje. Declarada Patrimonio Cultural de la Nación, esta manifestación folclórica tiene entre sus protagonistas al chuto y al huatrila, dos personajes que brillan por su picardía.
Con su máscara de cuero curtido, su calzado de pellejo y sus pasos arrastrados, el huatrila Henoch se desplaza al compás del arpa, se quiebra con el violín y gira al son de los saxos. Niños y adultos lo observan y lo saludan. Una fotito, por favor. Ha llegado la fiesta de la tunantada y el huatrila Henoch, como cada año, sale a la plaza principal de Yauyos (en Jauja) para bailar, para enamorar, para burlarse con extraordinaria picardía de sus paisanos jaujinos, de los adinerados y de los políticos.
La fiesta tradicional inicia en la noche del 20 de enero. Aún vestido de civil, el profesor Henoch Loayza Espejo pasea por la antigua plaza Jerga Kumo para ver desfilar a las 25 instituciones tunanteras. Cada una con su orquesta propia. Y cada orquesta estrenando nuevas melodías. La música retumba en la pequeña plaza, inundada de saxos, clarinetes, arpas y violines. La mezcla de sonidos se eleva hacia el cielo. Y hacia el cielo también se elevan los cohetones multicolores y las luces de los toritos y castillones.
El profesor Henoch recuerda a su padre, el zorrito Loayza, bailando en este antiguo parque: “parodiaba la corrida de toros, se vestía de perro o de carnero”. Al día siguiente la fiesta se traslada a la plaza principal de Yauyos. Y como cada enero, Henoch, que ya tiene sesenta años, luce su traje de huatrila y baila junto con el chuto. Ambos personajes revivirán anécdotas como las que fueron recogidas por Gerardo Garciarosales en su texto Entre caretas y cullucaras. Historia conocida es aquella que describe a un chuto sediento cuando ingresa a una tienda y finge un estornudo: ¡atchisss...! Entonces uno de los presentes responde: ¡Salud! Y de inmediato el chuto se sienta con el nuevo amigo y se sirve un vaso de cerveza llushpipa (cepillado).
Mestizaje
Desde el 21 de enero la plaza principal de Yauyos se llena de trajes multicolores. Con tunantada y jalapato, los jaujinos rinden homenaje a los patrones San Fabián y San Sebastián. El profesor Henoch se ha convertido en el huatrila Henoch. Baila y se mezcla con más de diez personajes. Todos parodian a los grupos sociales de la época colonial. La tunantada es una parodia de los personajes que habitaban en la primera capital del Perú durante la colonia. La feria de Jauja era destino obligado para el argentino de Tucumán que llegaba arriando sus mulas, y era destino necesario del boliviano (o jamille) que arribaba para vender hierbas medicinales.
Al anochecer, indígenas, mestizos, españoles y criollos se mezclaban en una fiesta. Según reseña una publicación del profesor Henoch Loayza y Luis Cáceres (La tunantada, hacia una expresión auténtica), la fiesta terminaba en una danza colectiva. Se confundían “lugareños y visitantes, vendedores y compradores, adinerados y pobres”.
Hay una variedad de personajes: la ñusta de Cusco, el chuncho de la selva, la huanquita de Huancayo, el argentino, el boliviano, el español. Dicen que el español tiene especial protagonismo. Llamado también chapetón o príncipe, el español se muestra con traje elegante y un sombrero con penacho de plumas. Se mueve con arrogancia para enamorar a la huanquita que luce atuendos finos con adornos de oro y plata, o a la jaujina que muestra sus lujosos fustanes.
Muy cerca baila el chuto decente (o simplemente chuto). Con botas de cuero y sombrero negro con cintas de colores, el chuto decente abre paso entre el público. Y muy cerca el huatrila (o indio) con su bolsa-huallqui provista de coca, cigarro y traguito. En ocasiones el huatrila es menospreciado y debe bailar al final de la cuadrilla.
El huatrila Henoch asegura que antes no había distinción entre chuto y huatrila. Solo existía el indio. Un día un abogado optó por reemplazar los zapatos de pellejo del indio tradicional por unas botas de cuero y un traje más elegante. Ese día nació la distinción entre el chuto decente y el huatrila. Ambos personajes se pasean bailando por el parque de Yauyos. Cargan chutitos y hacen bromas con los visitantes. “Este es tu hijo”, les dicen. Se acercan a las parejitas y le gritan al varón: “Yo te he visto con fulana”. Todo en son de broma. Pero dicen que hay otro personaje que sí te puede cantar tu vida a colores y de verdad... Se llama María Pichana. Cuentan que era una mujer de la élite que sufrió vejámenes. En venganza decidió vestirse siempre de pobre para satirizar a la clase adinerada. Fue bautizada como María Pichana por el término indígena pichay (barrer). Dicen que les cantaba su vida al alcalde, al juez, al policía, a todos. La María Pichana barría con todos.
¡Quién es ese borrico!
En la plaza principal de Yauyos cada personaje baila con un paso distinto del otro. Todos al son de las orquestas típicas. Destaca por su antigüedad la asociación Centro Jauja, fundada en 1939 por Erasmo Suárez Zambrano, patriarca de la tunantada. Otro personaje memorable fue don Tiburcio Mallaupoma Cuyubamba, autor de bellas tunantadas y fundador de la emblemática orquesta Lira Jaujina (1932). En la fiesta uno puede dar fe de aquel dicho popular: el jaujino no camina, el jaujino baila. Y baila el huatrila Henoch. Y a sus 87 años sigue bailando su padre, el zorrito Loayza. Y bailan los chutos. Cullucaras. Caraduras. Sinvergüenzas. Cuenta el anecdotario de Garciarosales que un diputado de baja estatura andaba repartiendo ofensas a diestra y siniestra, y hacía alarde de sí mismo. No faltó un chuto pícaro que le gritó:
—¡Upalla shimi, casqui sutchro! (¡Cállate, enano mentiroso!)
Al saberse ofendido, el diputado jaujino respondió en voz alta y con inmensa soberbia:
—¿Quién es ese borrico que ha rebuznado?
La respuesta del chuto vino de inmediato, en dialecto indígena y con extraordinaria picardía:
–¡Ama casuycu, tayta –gritó el chuto–, tumpalla limayniquim!
(¡No hagas caso, señor, es el eco de tu habla, de tu voz!)
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