A manera de homenaje a Lima luego de su 478 aniversario, vamos a
descargarla momentáneamente de la responsabilidad de haber sido la capital del
país y trasladar dicho peso a otra ciudad. La historia comienza en octubre de
1533, cuando las huestes de Pizarro salieron de Cajamarca tras ajusticiar a
Atahualpa y, luego de llegar al Valle del Mantaro, fundaron la ciudad de Jauja.
No obstante, en abril del año siguiente, Pizarro retornó al valle y fundó por
segunda vez la ciudad con el propósito de darle un estatus más importante que
el de una simple plaza militar. Una serie de razones llevaron al conquistador a
desistir de su empeño, pero este dato es irrelevante para nuestros propósitos.
La ubicación de la capital en el centro del país significaría un reordenamiento
de los espacios regionales y su rol dentro del sistema económico nacional. Las
dinámicas regionales, además, habrían cambiado con los siglos, produciéndose
reacomodos y adaptaciones según la capacidad productiva de cada espacio.
Primer impacto. La región central era la más privilegiada del
virreinato y de la república, no sólo por su posición estratégica, sino también
por la concentración de diversos recursos: minas en Pasco, ganadería y
agricultura en el valle y una genética predisposición al comercio por parte de
sus pobladores. El agotamiento del yacimiento de Potosí y la pérdida de impulso
del mercado interno por la plata proveniente del sur andino llevaría a
desarrollar las minas de Pasco y Hualgayoc, marcando una nueva etapa de
crecimiento en la economía del virreinato, la cual se interrumpiría por los
desórdenes de las luchas caudillistas. Visionarios como Francisco Quiroz
viajarían a Europa a conseguir el dinero necesario para proseguir la
explotación argentífera y, ya superado el estancamiento económico, este
empresario nacido en Pasco en 1798 habría sido presidente con el respaldo del
partido político que él fundó, el Club Progresista. Hacia mediados del siglo
XIX, con la incorporación del Perú a la economía capitalista global, ya
tendríamos un perfil más definido de los espacios regionales. El guano habría
servido para dar un nuevo empuje a las actividades económicas de la región
central con base en la ganadería y la minería, la cual conocería unos años más
de bonanza con la plata para luego pasar a exportar metales industriales a
partir del siglo XX. La región sur no habría cambiado su situación de proveedor
de lanas finas al mercado mundial a través del eje Puno-Cusco-Arequipa. La
costa norte tampoco habría variado su condición agroexportadora del binomio
algodón-azúcar, mientras que la sierra norte despegaría a inicios del siglo XX
con la modernización de las haciendas y su sorprendente giro hacia la industria
láctea. La diferencia más saltante la hallaríamos en la costa central, cuya
elite trataría infructuosamente de aprovechar los recursos del guano para
mermar el poder de la capital por medio del financiamiento de caudillos a
sueldo y de tropas de mercenarios. Tras algunas batallas, la derrotada elite
limeña se habría exiliado en Londres o París, en espera de mejores tiempos.
Algunos retornarían con la noticia de la guerra entre el Perú y Chile en 1879.
La diversificación productiva, así como la existencia de diversos polos de
producción, nos habría hecho menos vulnerable a los depósitos guaneros. El
resultado de estos cambios quedaría evidenciado en un saludable eje transversal
costa-sierra con acceso a la ceja de selva desde muy temprano, sin tener que
esperar hasta mediados del siglo XIX, cuando Manuel Pardo “redescubriría” la
importancia del valle de Jauja y la necesidad de conectarlo con la costa por
los ferrocarriles.
Demografía, economía y utopía. Es posible que se hubiera creado un
nuevo tipo de centralismo, al margen del lugar donde estuviere la capital. El
Perú –que compartiría con México la ubicación de la capital al centro del país–
se parecería más a países como Colombia y su saludable descentralización en
torno a cuatro ciudades: Medellín, Bogotá, Cali y Barranquilla; o a Chile, con
el eje Santiago-Valparaíso equivalente al de Jauja-Lima. Pero la tensión
propiciada por las diferencias regionales no exime de nuestro análisis la
posible derrota de Jauja por otros núcleos más activos o dinámicos, como
Arequipa, Lima o… Huancayo. De ser así, entonces habría que remitirnos al caso
brasileño, donde Brasilia desplazó a Río de Janeiro. Quizá Jauja no hubiera
podido llegar a albergar a los 8 millones de peruanos que viven actualmente en
Lima, por lo que los anexos periféricos se habrían llenado de grupos populares
de escasos recursos, conformando un cinturón de barriadas que afecta hoy a las
grandes urbes. Con el crecimiento de la ciudad, los pequeños pueblos alrededor
de la ciudad habrían comenzado a conectarse entre sí, del mismo modo que lo
hicieron los valles de Lima durante el siglo XIX. Al no haber tenido una
muralla que la circundara, el crecimiento se daría de modo más libre y con un
flujo regular de los pobladores de los anexos aledaños, que satisfarían las
necesidades de servidumbre de las familias acomodadas del centro urbano. Es
interesante pensar qué habría pasado con los procesos de inmigración y
desplazamientos internos que se llevaron a cabo desde el siglo XIX en adelante.
El “desborde popular” tendría como principal fuente los campesinos llegados a
las minas y que tentarían suerte en la capital ante la opción de volver a sus
pueblos de origen, sobre todo después del cierre de las grandes minas por la
Gran Depresión de 1930. La existencia de comunidades fuertes y campesinos
independientes en la región nos recuerda el modelo “farmer” estadounidense
antes que el de los “junkers” (terratenientes) alemanes, por lo que la
ciudadanía impuesta desde la capital favorecería la igualdad y el predominio de
la clase media, como ocurrió en Estados Unidos, y no el monopolio del poder por
una elite económica, que fue lo que ocurrió en Alemania. La presencia de un
pensamiento liberal, alejado de cualquier rezago de monarquismo y
conservadurismo, habría contado con el apoyo de la población y el sufragio
universal habría caído por su propio peso en vez de restringir la ciudadanía a
la población blanca/letrada/costeña como ocurrió entre 1896 y 1931. En el
ámbito social, el mestizaje entre población criolla y africana que dominaba en
Lima se habría trasladado hacia un mestizaje entre población andina y blanca,
lo cual no exime los matrimonios interétnicos entre esclavos –ya existentes en
la sierra central y sur desde la Colonia– y posiblemente alguno que otro culí
dispuesto a trabajar en las haciendas del Valle del Mantaro.
La reivindicación de los Andes. El plano cultural también ofrece un
campo interesante de hipótesis. Habría un mayor reconocimiento a escritores
como Edgardo Rivera Martínez, especialmente por su ”País de Jauja” y novelas
como ”Conversación en la Catedral” o “Un mundo para Julius” formarían parte de
las nuevas voces del interior del país. El Día de la Canción Nacional incluiría
uno que otro repertorio de conjuntos afroperuanos o de los cultores de la
marinera. El “pío pío” habría sido remasterizado en una versión “chill out” y
el saxofón y el arpa se enseñarían en las escuelas, en donde los niños
aprenderían a zapatear desde muy temprana edad. El recientemente fallecido
Zenobio Dagha, impulsor de “huaylarsh”, ocuparía el lugar que alguna vez
tuvieron Felipe Pinglo y Lucha Reyes, mientras los abanderados de la música
nacional serían Eusebio “Chato” Grados y Amanda Portales. La jura de San Martín
el 28 de julio de 1821 sería un episodio apenas mencionado en los textos de
colegio, los que reservarían espacio para los eventos importantes: la
proclamación de la independencia en la plaza de Jauja por San Martín y los
notables de la localidad, y la batalla de Junín como episodio previo al
desenlace de la capitulación de Ayacucho. El gran héroe nacional sería Andrés
Avelino Cáceres, por su participación en la Guerra del Pacífico. Las
rivalidades regionales mencionadas anteriormente provocarían el resentimiento
de las provincias. Desde la costa, es más que seguro que se habría ensalzado al
poblador blanco o al litoral como sinónimo de desarrollo y modernización
mientras que los indigenistas cusqueños de la primera mitad del siglo XX
remontarían el origen de la nacionalidad peruana al período anterior a la
Conquista, cuando el Tahuantinsuyo estaba vigente y el Cusco era su centro de
poder. El altiplano puneño no habría renunciado a sus reivindicaciones
separatistas en virtud de su identidad aymara.
Así, en lugar de un nacionalismo criollo tendríamos un nacionalismo
mestizo/cholo, que haría del poblador andino la quintaesencia de la peruanidad.
Los textos de Arguedas habrían reemplazado a los de Riva-Agüero y Belaunde, y “Lima
la horrible” se leería con un placer que se asemejaría a la culpa ajena. La
Universidad del Centro y otras más que se crearían a lo largo del último siglo
organizarían mesas de debate y paneles sobre el “ser mestizo nacional”.
Estas disputas se trasladarían también al gramado, y tendríamos
campeonatos con hinchas coreando por equipos regionales como el Cienciano,
Alianza Lima, Universitario de Deportes, además del clásico nacional entre el
Deportivo Junín y el ADT de Tarma, seguido del clásico moderno entre Deportivo
Wanka y Sport Huancayo. El torneo local estaría conformado por equipos como
Nación Wanka, Los Ángeles de Catalina Huanca, Concentradora Minera Corona,
entre otros. Claro, también habríamos pasado un mal rato por la decisión de la
FIFA de impedir que se jugaran partidos a más de 3,000 metros de altura. Y es
que los 3,300 metros de la capital peruana ofrecerían un obstáculo difícil de
sortear, por lo que en el remoto caso de que hubiéramos clasificado a un
Mundial (en el Perú y en el mundo de la ucronía todo es posible) tendríamos que
haber escogido el estadio de alguna ciudad de la costa.
También circularían muchos comentarios sobre los limeños y su debilidad
ante las enfermedades que constantemente los asolan, y es casi seguro que la
literatura costumbrista haría más de una mofa sobre el costeño recién llegado
al Valle del Mantaro y su dificultad para sobreponerse al soroche, o del
provinciano engañado ante la astucia comercial de los jaujinos y huancaínos. La
imagen del limeño sofisticado, siempre atento a las novedades que traen los
barcos y los extranjeros de ultramar, habría rondado el imaginario del país
desde la colonia hasta por lo menos el siglo XX. Los chistes contados en las
chicherías y bares también incluirían a los limeños como pedantes,
insoportables o ingenuos, adjudicándoles los rasgos que el humor universal les
atribuye a los gallegos y a los porteños.
El tema central
Por lo visto, la historia peruana habría sido muy distinta si la
capital hubiese sido Jauja y no Lima. El mismo presidente García, en su
anterior mandato, lanzó la posibilidad de mudar la capital a Huancayo. Y es que
la tentación por señalar que todos nuestros problemas se habrían solucionado
con el cambio de la capital debe ir acompañada de una cierta dosis de
prudencia. Como hemos visto, esta posibilidad habría significado una
reorientación en la conformación de los espacios regionales y con ello los
procesos sociales, culturales y políticos serían distintos a los de hoy.
Algunos problemas que nos aquejan ahora persistirían, por supuesto, aunque
posiblemente en menor grado, además del hecho de que nuevos problemas
aparecerían.
Sin duda, el cambio más importante que se habría producido es que los
capitalinos seríamos más sensibles a los problemas del interior del país, y no
reaccionaríamos con indiferencia a situaciones como la que hoy afrontan los
pobladores de Pasco, obligados a mudarse ante el avance de la contaminación.
Aún hoy seguimos pensando en cómo reducir el centralismo, por lo que la
inquietud que motivó este artículo mantiene su validez. ¿Acaso el mismo nombre
renacentista de Jauja no invita a la utopía?
Una publicación de APOYO Publicaciones S.A.
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