Era tiempo de carnaval cuando
regrese a Jauja, tiempo en que los jaujinos demostramos nuestra alegría y garbo
bailando los tradicionales tumbamontes, una coreografía elegante y romántica
que engalana las pandillas en nuestros barrios, tiempos en que muchos de
nosotros regresamos a la madre tierra atraído por su magia y su tradicional
alegría.
Era la traída de árbol del barrio
La Libertad y con un amigo fuimos por la tarde a ver el “Hatun Jilo Shalcuy”
(parada de monte) en su plazuela. Nos ubicamos lejos, para no ser víctimas de
las féminas que se ensañaban con los hombres empapándolos de harina y desde
donde podíamos ver el éxtasis del carnaval que se vivía. Cuando miraba a
distintos lugares, pude observar a una hermosa jaujina que no la reconocía, le
di un suave codazo a mi amigo para preguntarle quien era, pero tampoco la
conocía, nos preguntamos quien era y con un poco de lastima solo atine a
observarla hasta que se perdió en la multitud.
Más tarde, cuando la noche había
caído y ya habían plantado los árboles, las parejas empezaron a bailar con
dirección a la plaza de armas, nos adelantamos unas cuadras para ver la pandilla
que encabezaban los padrinos. Entre la multitud de bailantes y espectadores que
pasaban, me volví a cruzar con ella y pude robarle una mirada, fue breve porque
las personas que venían detrás la empujaban y pasó raudamente por mí delante.
Yo me quede mirando a las demás parejas que pasaban bailando y luego seguir a
la caravana. Llegamos a la plaza y nos ubicamos frente a la municipalidad para
contemplar el jolgorio y la alegría de nuestro carnaval, había mucha gente que
bailaba y “guapeaba”; todo era alegría, era tiempo de carnaval.
Entre la multitud nos volvimos a
cruzar y pude observarla con más tranquilidad porque las parejas y personas
estaban más dispersas, nuestras miradas se congelaron un momento y nos quedamos
parados frente a frente, yo solo atine a dar unos pasos más, dejando atrás a mi
amigo y decirle tímidamente “hola”, igual, me respondió tímidamente con un
“hola”, pero fue suficiente para iniciar una conversación y me presente
formalmente, empezamos a caminar, me contó que regresaba a Jauja después de
mucho tiempo y su soledad era porque sabía poco de sus amigas del colegio y
porque vino de improviso por unos días. Dimos muchas vueltas por el perímetro
de la plaza contándonos nuestros pasados y conociéndonos de a poco. Cuando la
mayoría de los carnavaleros ya se habían retirado me ofrecí acompañarle a su
casa, ella acepto y caminamos por el Jirón Grau rumbo a la plaza Santa Isabel,
en el camino me sentía un poco lerdo pero trataba de disimular. Me comentó que
siempre esta calle era su camino cuando iba y regresa del colegio y las veces
que salía a pasear. De a poco se quedó callada y observó detenidamente los
alrededores de la calle angosta, yo detuve un poco mis pasos tratando de
sincronizar con su lenta mirada, me contagio su curiosidad y observamos los
portones viejos, las grandes ventanas, las paredes descoloridas por las
lluvias, por el sol y por el tiempo. Rompió su silencio y me dijo que este
lugar no había cambiado mucho, que todo era casi igual; por su comentario sentí
que le traían muchos recuerdos de la época del colegio, nuevamente se quedó
callada, la miré, una sonrisa acompañaba su silencio y sus recuerdos. Dejé que
se consumiera en su pasado.
Volvimos a caminar y me indico
por dónde ir, no sabía dónde vivía pero me dejaba llevar, cruzamos los arcos de
la Plaza La Libertad y caminamos rumbo al cementerio, un camino lleno de
silencio y soledad, flanqueados por árboles y un poco oscuro debido a la poca
iluminación artificial, solo nos alumbraba un poco de luz de la luna llena que
el tupido de los arboles dejaba pasar. Nos adentramos en la oscuridad sin temer
a nada y entregados a nuestra conversación, se detuvo casi en el lugar donde
los cobarrianos habían plantado los árboles para el tumbamonte, frente a la
piscina municipal, y señalándome al lado contrario, al jirón Olaya, me dijo que
vivía a unas cuadras, me hizo entender que no quería que le acompañe hasta su
casa, caminamos despacio y nos detuvimos en una esquina. Yo me recosté en una
pared y pude ver una hermosa casa que tenía una chimenea y un enorme árbol de
pino en el jardín, antes había pasado por ahí pero nunca le había prestado
atención, ahora estaba frente a esa casa y podía ver los detalles de su hermosa
arquitectura. Ella se ubicó frente a mí y gracias a los rayos del plenilunio
que reinaba el cielo pude contemplar de más cerca su hermosura; su piel blanca,
sus delgados labios color rosa fucsia; su cabello negro azabache, largo y
ondulado que a veces jugaba con el viento. Creo que muchas veces se daba cuenta
que la observaba y avergonzada sacaba su cautivante mirada a otro lugar.
Nos olvidamos del tiempo y
pasamos muchas horas conversando, tantas historias de ella y mías que nos
contamos, tantas anécdotas como minutos que el tiempo contaba y no perdonaba.
Ya era de madrugada y hacía frío, ella llevaba puesto una chompa y un chaleco.
Entumida, tenía los brazos cruzados y de vez en cuando se frotaba sus
antebrazos tratando de darse calor. Yo le ofrecí mi casaca y ella acepto, yo me
sentía muy bien con su compañía y no quería que esto acabe, ella acepto mi
casaca y asumí que tampoco quería irse, era un momento mágico que quería
detener, pero no podía. En nuestra conversación le pedí para bailar, ella me
dijo que no podía porque no tenía la vestimenta; le dije que no se preocupara,
que solo necesitaba sus zapatos, que yo le daría lo demás, me dijo ¿Cómo? Le
explique que mi mamá tenía varias vestimentas y le pediría prestado, ella
acepto con dudas, me di cuenta de su incertidumbre y volví a preguntarle y me
dijo que había otro problema, que pertenecía a una religión cristiana y que no
aprobarían que baile, pero de todas maneras le preguntaría a su Pastor. Yo
feliz le hice un gesto de agradecimiento y ya cerca de las 3 de la madrugada me
dijo que tenía que irse; antes nos pusimos de acuerdo para vernos a las 11 de
la mañana en el mismo lugar donde estábamos, me acerque y le di un beso en la
mejilla, pude sentir su piel fría; me miro y sonrío, me devolvió mi casaca y
nos despedimos, me quede parado y poco a poco se perdió en la oscuridad, yo
regrese por el mismo camino, lleno de alegría. Esa madrugada me olvide de mis
amigos que seguramente se encontraban en algún lugar divirtiéndose como de
costumbre. Yo me fui alegre a dormir y aunque no tenía sueño, esperaba ansioso
que pronto amaneciera.
La mañana era radiante, el cielo
era completamente azul con pocas nubes, los cantos de las aves alegraban el día
y mi corazón latía cada vez más cuando me acercaba al lugar del encuentro. Pude
verla que venía desde la otra cuadra, con la luz del día era más hermosa, a lo
lejos me regaló una sonrisa y yo le recibí con un beso en su mejilla. Caminamos
rumbo al cementerio comentando sobre la noche anterior y después me dijo que
muy temprano había visitado a su Pastor para decirle que tenia deseos de bailar
y quería su permiso, el Pastor le contesto que Dios ni la religión no le
prohibía bailar; con las enseñanzas que recibió, ella debería saber qué actos
debe prohibirse, y si estaba segura de no cometer ningún pecado, podía bailar.
Yo la vi animada y ahora si estaba segura que bailaría conmigo, yo me alegre
mucho.
Ingresamos al cementerio y nos
dimos tiempo para caminar por todos los rincones, estaba llena de soledad,
tranquilidad y sosiego, ingresamos a uno de los pabellones viejos para ver las
antiguas tumbas, el tiempo parecía detenerse y se sentía algo gélido. Sentí que
ella se me acercó más, comprendí su miedo, porque cambió su manera de hablar,
con un tono más bajo y con algo de temor. Pero no había mucho que decir, éramos
solos los dos rodeados de soledad y de tumbas. En un momento dejamos de caminar
para leer los nombres y las fechas de las placas de los nichos, mirábamos por
todas partes y por ahí nuestras miradas se encontraron, nos quedamos prendidos
de nuestras miradas sin decirnos nada. Sentí algo mágico al contemplar
fijamente sus ojos, como si podía sentir su ser interior. Vi como sus pupilas
cada vez brillaban más y me sentí atraído, me acerque de a poco hasta besarla.
Ella, al sentir mis labios cerró sus ojos y se dejó llevar; yo también cerré mis
ojos y nos entregamos al fuego de pasión que empezamos a encender.
Fue un beso largo y tierno,
después no fue necesario palabra alguno, nos volvimos a mirar en silencio, sus
pupilas brillaban aún más, nos regalamos una tierna sonrisa y sellamos nuestro
sentimiento con un fuerte abrazo, no la solté y ella recostó su cabeza
meciéndose en mi hombro, mi corazón latía más casi al ritmo de una tonada de
carnaval de una banda que se escuchaba a lo lejos. No recuerdo cuanto tiempo
estuvimos así y dentro de ese pabellón, pero salimos tomados de la mano y con
una felicidad plena. Era hora del almuerzo y debíamos de regresar, ahora si la
acompañé hasta su casa y quedamos para vernos al día siguiente.
En la tarde, busque la
oportunidad para conversar con mi mamá y pedir prestado su vestimenta, al
comienzo se negó aduciendo que se ensuciaría de barro porque llovía mucho,
prometí cuidarlo y a las finales accedió, me dio a escoger y elegí el mejor que
tenía. En la noche me encontré con mis amigos, lleno de felicidad les conté que
ya tenía pareja para bailar, pero no les dije quién era.
Al día siguiente, por la mañana
fui a su casa, por primera vez toque la puerta y pregunte por ella; salió un
poco sorprendida, le dije que le traía la ropa y se alegró, me sonrió y me dijo
que regresara por la tarde, que tenía que arreglarse, me despidió rápido, pero
yo feliz. En la tarde, ya cambiado con mi terno fui a recogerla, cuando salió,
se presentó reluciente con el atuendo típico de una jaujina, haciendo gala que
la mujer jaujina es muy hermosa, me quede pasmado por un instante, reaccioné
con una sonrisa y con palabras de halagos y nos fuimos al tumbamonte. Esa tarde
nos conocimos más, empezamos a coordinar nuestros movimientos, al comienzo algo
burdo pero poco a poco fuimos refinando hasta llegar a dibujar alegres y
carnavalescas coreografías con nuestros pasos al estilo jaujino y al ritmo de
la banda de músicos. Las horas pasaban y cada vez eran más intensas el derroche
de gala de las parejas, al igual que nuestro sentimiento que cada vez se
estrechaban más, incluso cuando la banda de músicos dejaba de tocar, nosotros
nos perdíamos entre la multitud de los bailantes sin soltarnos de la mano.
Cuando la noche ya cubría la fiesta, nuestro amor relucía destellante, gracias
a su hermosa mirada, a su cautivante sonrisa y a sus besos apasionados que le
robaba de vez en cuando.
Fueron varias veces que bailamos
en diferentes barrios, puedo decir que ese año fue la mayor cantidad de
tumbamontes que baile, siempre con ella, incluso me pase del tiempo de mi
estadía y vacaciones, pero no importaba, el amor que había encontrado me hacía
olvidar todo, era feliz y era lo único que me interesaba. Nos volvimos
inseparables, todos los días nos veíamos, y cuando no había tumbamonte solíamos
pasear por el parque o por el campo, incluso desafiando a la lluvia; y en las
noches si no caminábamos por la plaza o por los jirones Grau y Junín, nos
internábamos en un terreno lleno de árboles que había frente a su casa. Con la
luna de testigo que nos daba un poco de luz y confundidos entre la oscuridad y
la vegetación nos entregábamos a nuestras caricias, todo al natural y a veces
algo prohibidas. Cuando llovía no huíamos de nuestro idilio, al contrario,
muchas veces hasta sentí como las gotas recorrían su cuerpo y como desaparecía
con el calor que nuestras caricias emanaba. Pero como todo acaba, la noche
también y con ella el fuego de nuestra pasión, y regresábamos a casa.
Pasaron semanas y ya habían
terminado los carnavales, y un día le pregunte algo preocupado, ¿Cuándo viajas
a Lima? Ella me respondió: viajo cuando tú regresas a Lima. Me sorprendió su
respuesta, la mire a sus ojos y pude ver amor, me emocione, la bese y la abrasé
con todo mi fuerza. Entonces no tenía caso quedarnos más en Jauja y decidimos regresar
a Lima.
Cambiamos las mañanas tranquilas,
nuestros hermosos paseos en las tardes por el campo, nuestras noches románticas
y apasionadas, nuestras largas conversaciones y las veces que buscábamos alguna
estrella fugaz del hermoso e inmenso cielo estrellado de Jauja por los días
agitados de Lima. Nuestros encuentros ya no eran diarios sino a la semana, ya
no había noches que podíamos estar juntos, solo en las tardes y un momento de
conversación. Yo vivía por el centro de Lima y ella vivía en el distrito de San
Juan de Miraflores. Solíamos encontrarnos los sábados al mediodía, paseábamos
por Lima colonial o buscábamos un parque donde conversar y máximo a las 9 de la
noche nos despedíamos. Y así nos citábamos cada semana, en el mismo lugar, a la
misma hora. Era un pacto sentimental.
En una de nuestras citas, al
momento de despedirnos, acordamos encontrarnos en el día de su cumpleaños,
quería pasar conmigo y yo encantando acepte. Pero un día antes de nuestra cita,
me encontré con unos amigos del colegio y cuál sería la emoción que decidimos
festejar nuestro reencuentro, uno de ellos propuso seguirla en su casa, ya que
sus padres habían viajado a Jauja y estaba solo, aceptamos y armamos una
reunión de amanecida. Todos nos quedamos a dormir en su casa y cuando desperté
mire el reloj y de un salto me levante muy preocupado porque era las 11 y 30 de
la mañana y debería estar al medio día en el centro de Lima, estaba lejos y no
llegaría a tiempo, en esa época no tenía celular para llamarla y decirle que me
espere, solo me lave la cara rápidamente y salí presuroso a tomar cualquier
movilidad. Llegué a las 12 y 15 de la tarde, fui corriendo al lugar donde
siempre la esperaba, pero no la vi, camine rápidamente una cuadra más pero no
la encontré, regrese para ir hasta la otra cuadra y nada, no estaba, me
desespere, no sabía qué hacer, regrese al lugar de nuestro encuentro y me quede
esperando con la esperanza que llegaría. Mi espera fue en vano, caminé hacia la
Av. Wilson por si acaso, mirando a todos lados tratando de encontrarla, regrese
y me quede esperándola, ya el tiempo no me importaba, además no quería moverme
de ahí, era el único lugar donde podía ubicarla. Pero después de varias horas,
mire mi reloj y era las 5 de la tarde, me di por vencido y decidí retirarme,
pero pensando en ella y maldiciendo el haberme reunido con mis amigos la noche
anterior.
En los días siguientes pensé
mucho en ella y buscaba la manera de encontrarla, pero solo quedaba esperar que se
cumpla la semana y volver a la hora que siempre nos encontrábamos. Fui como de
costumbre, pero no la encontré, espere hasta las 3 de la tarde y nunca llegó.
La siguiente semana hice lo mismo, pero solo la espere una hora, tampoco llego.
Me retiré triste y abatido, solo sabía que vivía en San Juan de Miraflores,
pero como buscarla, es un distrito muy grande y no conocía. A Jauja no iría al
menos en cinco meses que acababa el ciclo de la universidad y era mucho tiempo
para mi sentimiento. La siguiente semana ya no fui.
El tiempo paso y no pude regresar
a Jauja por mucho tiempo, poco a poco la herida de mi corazón se fue cerrando
al punto de hacer otra vida. De volver a enamorarme de otra mujer, supongo y
estoy seguro que ella también hizo lo mismo. Pero siempre hay momentos como
ahora que me recuerdo; aunque entiendo que el amor acabó, pero entre nosotros
nunca nos dijimos personalmente que nuestra relación sentimental se daba por
terminado. Algún día, no sé cuándo ni dónde, sé que me encontraré, ahí capaz
tendré la oportunidad de explicarle lo que sucedió y también de terminar ese
amor que el tiempo se encargó de curar y de cerrar un capítulo de mi vida.
Lo que en su momento fue algo
hermoso e intenso, ahora solo es un hermoso recuerdo de un amor en carnaval y
solo deseo que cuando la vuelva a encontrar, que sea en carnavales y en Jauja.
Wooooooaoo que bonitos recuerdos y sobre todo muy romantico , se que de alguna manera muchos Jaujinos han de tener una historia similar pero con diferente final. te felicito por tener el valor de escribri una historia de amor que va acorde con los Carnavales donde nacen nuevos amores y tambien teminan.
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