Jauja, ciudad pequeña pero grande en historia. Donde
llegó en sus inicios una virgen y decidió quedarse para siempre, para ser la
madre celestial de todos los jaujinos y que ahora, con tanto amor, cuida a sus hijos.
Nosotros que le tenemos tanta devoción, le veneramos y con dulzura le llamamos:
“Mamallanchic Rosario” o “Mamita Rosario”. Jauja, ciudad donde la princesa
inca, Inés Huaylas Yupanqui, se hizo madre al alumbrar a la primera mestiza del
Perú, a Francisca Pizarro Yupanqui, hija de Don Francisco Pizarro.
Ciudad que encierra muchas historias familiares desde
antaño, cuantas historias se pueden contar de muchos hogares, de muchas casonas
de adobe, que capaz ahora las vemos casi vieja, producto del tiempo y por estar
desoladas, pero que años atrás cobijaba una familia completa y relucía sus ambientes
y paredes como una “moza” hermosa llena de juventud, bien cuidada y pintada.
Quien no podrá recordar el amanecer jaujino, cuando
los trinos de los pajaritos rompían la tranquilidad. Muchas veces amanecía frio
y a veces mojadas por el aguacero invernal, pero eso a veces no importaba,
porque teníamos el calor de mamá, de papá y de los hermanos. Los fines de
semana, cuando no se iba a clases, se podía dormir más tiempo hasta que mamá nos
llamaba para tomar el desayuno, llegabas a la cocina para ayudar en algo,
aunque mamá lo hacía casi todo, siempre nos encomendaba alguna tarea. Sentarse
todos alrededor de la mesa y compartir una taza con cocoa caliente, a veces leche
fresca u otra bebida, acompañado con los bollos calientes o con el pan de
huevo, muchas veces solo era pan con soledad, otras veces con queso o mantequilla
o cancha tostada. No teníamos lujo, ¿pero pobreza? tampoco, solo éramos
felices, nunca faltaba comida. Y así era el almuerzo, el lonche y la cena.
Más tarde, se aprovechaba del sol que ya relucía
caluroso en el cielo despejado para lavar la ropa y nuestros uniformes. El
lavado era a mano, ayudado con una escobilla y con el jabón “Bolívar” o
“Patito”, ese jabón artesanal de color casi negro que se vendía en las ferias
de los miércoles y domingos. Y para la blancura, su “azul” añil para darle el
“toque azulito” a la ropa blanca. Es que la mamá era estricta hasta con la
mugre.
Como no recordar las ferias dominicales que se
realizaban en la plaza de armas y en los jirones Junín, Grau y calles aledañas
de la plaza. Nos llevaba para cargar la bolsa con los alimentos que compraba y
de paso aprovechábamos para pedirle que nos compre alguna golosina que nos
gustaba.
Así crecimos, así nos enseñó y aprendimos a forjar
nuestros valores y morales, porque cuando se trataba de corregirnos, bastaba un
grito o una mirada para ponernos tranquilo. Pero también, a veces era cómplice
de nuestras travesuras, abogaba y nos protegía cuando papá quería castigarnos.
Y después a solas, nos llamaba la atención con ternura y nos hacía prometer que
no volveríamos hacerlo.
Por más que pasaron los años, ella, nunca deja de ser
madre y nosotros, sus hijos. Aún de grandes, siempre están pendientes y hasta
nos llaman la atención. Claro, ya no con la rigidez de antes y tampoco nuestras
travesuras no son las inmaduras de antes.
Y en este día especial del Día de la Madre, como no
volver a nuestra querida “madre tierra” y en especial, a encontrarnos con nuestra
“madre querida”. La primera, la tierra que nos vio nacer y nos dio la identidad
de ser jaujinos. La segunda, la mujer que nos dio la vida y forjo la persona
que ahora somos.
Mi gran reconocimiento a todas las madres jaujinas,
que desde antaño y hasta estos tiempos siguen luchando y saliendo adelante.
Muchas veces solas con sus hijos, haciendo a la vez de padre y madre. Otras,
siendo el apoyo de sus esposos para progresar como familia. Pero siempre
cumpliendo un rol muy importante en el progreso general de Jauja. ¡Feliz Día
Madres jaujinas!
Vuelvo a ti madre querida, para sentir tu abrazo,
capaz con menos fuerza, pero sentir tu calor. Para mirarte en silencio y tratar
de contar los años en tus arrugas y pelos blancos. Para contar el tiempo, cada
vez menos, que hará que cuando se vaya terminando, me preguntes cuando partiré.
Sé que no te gustaría que me vaya, pero dejaras tu sufrimiento en tu corazón y
me dirás que debo partir a seguir con lo mío.
Después de festejar tu día y disfrutarte, yo partiré,
con tristeza, pero con la promesa de volver pronto. Como ahora que regreso.
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