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Jauja, donde pagan a los hombres por dormir, fustigan a los hombres que insisten en trabajar, los árboles son de tocino y sus hojas de pan de fino. Las calles están adoquinadas con yemas de huevo y lonjas de tocino, asadas y fritas...

7 de septiembre de 2016

La carreta blanca de los emolientes

Por: Osler G. Rafael Salinas
Durante más de seis décadas de interrumpido trabajo nocturno, los jaujinos han visto asentado en una de las esquinas de nuestra Plaza de Armas, la modesta e inconfundible carreta blanca de los emolientes, punto obligado de muchos parroquianos que acudían a ella en busca de un paliativo para sus diferentes males y, particularmente frecuentado por los noctámbulos que recalaban en este singular fontanar para disfrutar de un emoliente bien calientito con el cual reconfortar el cuerpo y contrarrestar el intenso frio de las noches jaujinas.

Fue el ciudadano sinqueño don Pedro Castillo Yupanqui, casado con doña María Laguna, natural de Huaraz, quien inicio la elaboración y venta de emolientes en nuestra ciudad a partir de 1930. Anteriormente, en 1927, había laborado para la colonia japonesa residente en Lima y, con la colaboración de esta agrupación oriental llego a constituir la primera Sociedad de Emolienteros que surgió en la capital cuyos integrantes salían, en las noches, a vender el bebedizo por diferentes lugares de la referida ciudad. Tuvo en aquella ocasión una ubicación privilegiada  ya que le toco expender en el jirón Miro Quesada, frente al edificio del diario “El Comercio”, siendo entre otros, los empleados y obreros de este prestigioso diario sus más asiduos clientes. Asumió la presidencia de la sociedad que había formado y durante su gestión los más de sesenta socios adquirieron la primera cocina a vapor, en la casa Matusita y con la cual pudieron atender la demanda del producto que noche a noche tenia mayor aceptación entre los limeños. Al término de su gestión fue distinguido con un diploma de honor como socio fundador de la sociedad.

En 1935 decide establecerse definitivamente en Jauja para disfrutar del calor familiar y continuar con su actividad de emolientero. A partir de este año se le vio atendiendo solícitamente a los parroquianos jaujinos de esa época que, al mismo tiempo que se regalaban con el aromático bebedizo, intercambiando comentarios interesantes acerca de diversos temas relacionados con el acontecer  nacional o local. Así, entre los asiduos clientes, don Pedro tuvo la oportunidad de escuchar las instructivas explicaciones que solía hacer el doctor Luis Piana sobre cómo iba desarrollándose la Segunda Guerra Mundial o de hechos anecdóticos que acontecían en nuestra provincia; le oyó en una ocasión hablar acerca del “Jar Jar”, “Tac Tac” y de las “mulas que arrojaban fuego”, monstruos que aparecían en las oscuras noches de tormentas y que durante los inicios del presente siglo mantuvieron en zozobra a la población jaujina, la que optó entonces por recogerse muy temprano en sus casas a fin de evitar encuentros espeluznantes con esos temidos engendros del mal y de los que mucho hablaron nuestras abuelas. Otra noche, el mismo doctor comento que por haber difundido la teoría evolucionista de Darwin entre los alumnos josefinos, un sacerdote de aquella época, lo cuestiono e indispuso acremente ante la colectividad, acusándole de estar atentando contra la adecuada formación de la juventud local, por lo que se vio precisado a replicarle enérgicamente a través de un artículo periodístico que se publicó en el diario “El Porvenir” que por esos años se editaba en nuestra ciudad y en el cual defendió la necesidad de difundir los conocimientos científicos para salir del oscurantismo medieval. Al Dr. Max Cordero, otro de los clientes, le oyó referirse a la serie de dificultades que tuvo que superar como alcalde de la Provincia de Jauja para traer el agua potable a nuestra ciudad desde el manantial de Yuraj Cunya. Nuestro campeón gildemeisteriano don Teodoro Bullón Ríos fue otro de sus conspicuos parroquianos quien entre los circunstantes hacia comentarios en torno a las competencias de tiro con fusil que eran organizados por el Club de Tiro N° 113 de Jauja. Alguna vez, el doctor Alberto Hurtado Dianderas, normalista, farmacéutico, y notario público, mientras saboreaba su emoliente se puso a explicar a los demás clientes que se encontraba con él, las bondades farmacológicas que tenía cada una de las variedades de esta bebida y del porque era recomendado consumirlas. Asimismo, otros habitúes del emoliente fueron los trabajadores de la fábrica de fideos y galletas del súbdito japonés apellidado Ojashi, los obreros de la panadería Ikenaga, los de las fábricas de aguas gaseosas de don Juan Primo, Iseki y Onaka, que comentaban como se había hecho más eficiente la producción en sus respectivos centros de trabajo con la llegada de la maquinaria moderna y de los problemas laborales que estas adquisiciones les había generado. No faltaron las discusiones políticas acaloradas que se suscitaron en torno a esta carreta de los emolientes, entre recalcitrantes “compañeros”, “camaradas”, “anarquistas” e “independientes”. Las parejas de policía de la Guardia Civil que durante los años cuarenta y cincuenta hacían la ronda nocturna por las calles de nuestra ciudad para asegurar la tranquilidad de la población, se detenían en la intersección de los jirones Grau y Junín para reanimarse con un buen emoliente, que bien ganado se lo tenían, dejando al mismo tiempo sus comentarios acerca de las ocurrencias de carácter policial que habían tenido que solucionar durante la jornada. Hubo noches en que a esta carreta se allegaron grupos de jóvenes, guitarras en mano, que luego de haber ofrecido serenatas a las muchachas de sus sueños, vertían comentarios de sus aventuras y cuitas amorosas al calor de vaporosos vasos de emoliente. Al lento degustar de la cálida bebida, los cinéfilos que salían de las funciones de vermouth y noche, luego de ver las películas en blanco y negro que se proyectaron en el cine “Jauja” y posteriormente las cintas a color que comenzaron a proyectarse en los cinemas “Colonial” y “El Carmen”, fungían como críticos cinematográficos de los filmes que acababan de contemplar.

La clientela que desfilo frente a esta fuente de bebida caliente fue crecida y variada, disfruto siempre de los efectos revitalizadores de un emoliente bien servido y prolijamente elaborado, dejando mientras bebía, comentarios diversos acerca de sus vivencias diarias que, como las que se han descrito, pintan de modo magistral el ambiente social, económico y político que se vivió en Jauja durante esos años, convirtiendo de este modo a la carreta blanca de los emolientes en un verdadero centro de información de primera mano, digno de tomarse en consideración.

Los años transcurridos mermaron las energías de don Pedro, por lo que tuvo que transferir la conducción de su negocio a su hijo mayor Aurelio, más conocido como “Pocho”, quien estuvo al frente de la carreta durante diez años, caracterizándose por su trato jovial y el buen sentido del humor que compartió con su clientela. Posteriormente le sucedió su hermano menor Walter, apodado “Pochin”, quien hasta la fecha sigue atendiendo con esmero y calidez la actividad iniciada por su progenitor.

Walter Castillo Laguna, nació en Jauja el 8 de setiembre de 1940, realizo sus estudios primarios en la escuela estatal 501, luego en el Colegio Nacional “San José” curso hasta el cuarto año de secundaria. Es un constante lector del diario “El Comercio”, de la revista “Selecciones”, del periódico chileno “Lea” y otras publicaciones, además es aficionado a la crianza de palomas y gatos pero, su principal preocupación está orientada en mantener el prestigio que han adquirido sus emolientes, poniendo el mayor esmero en su preparación y en la selección de los insumos necesarios. Actualmente se le ve, tras su carreta, a partir de las siete de la noche, entre botellas que contiene concentrados de diferentes colores y que poseen propiedades paliativas o curativas específicas que él recomienda para cada caso, así el emoliente de achicoria con boldo para desinflamar el castigado hígado de los cultores de Baco, el de linaza con grama y el de goma arábiga para aquellos irritables que sufren de ardores estomacales, el de cola de caballo con cebada tostada como diurético para “lavar” los riñones y, el de tamarindo con linaza para los que tienen problemas de estreñimiento.

Durante la semana de carnavales y las festividades de la Virgen del Rosario se incrementa la demanda de sus bebedizos pues, en dichas fechas, llegan los jaujinos residentes en diferentes ciudades de nuestro país y del extranjero, deseosos de tomarse un emoliente que a la par de hacerles reaccionar el organismo, les reconforta el espíritu al actuar como detonante emotivo el afloramiento en la memoria de un sinnúmero de recuerdos vividos en mejores tiempos de la lejana juventud.

Walter, seguirá adelante del negocio, hasta que las fuerzas lo acompañen, tras de esa carreta blanca que como mudo testigo ha presenciado el discurrir nocturno en nuestra ciudad durante largos años, atendiendo con la amabilidad de siempre y protegiendo con sus mixturas la salud de sus numerosos clientes.
Fuente: Asalto – El Xauxalito
Boletín editado por el Centro Cultural Huarancayo
Año 2, Vol. I, N° 07, 2000

Nota: Este relato fue publicado en el año 2,000 y actualmente Walter Castillo se encuentra retirado del negocio de elaboración y venta de emoliente, y radica en la ciudad de Lima por motivos de salud, en compañía de su familia.

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