Por: Osler G. Rafael
Salinas
Durante más de seis décadas
de interrumpido trabajo nocturno, los jaujinos han visto asentado en una de las
esquinas de nuestra Plaza de Armas, la modesta e inconfundible carreta blanca
de los emolientes, punto obligado de muchos parroquianos que acudían a ella en
busca de un paliativo para sus diferentes males y, particularmente frecuentado
por los noctámbulos que recalaban en este singular fontanar para disfrutar de
un emoliente bien calientito con el cual reconfortar el cuerpo y contrarrestar
el intenso frio de las noches jaujinas.
Fue el ciudadano
sinqueño don Pedro Castillo Yupanqui, casado con doña María Laguna, natural de
Huaraz, quien inicio la elaboración y venta de emolientes en nuestra ciudad a
partir de 1930. Anteriormente, en 1927, había laborado para la colonia japonesa
residente en Lima y, con la colaboración de esta agrupación oriental llego a
constituir la primera Sociedad de Emolienteros que surgió en la capital cuyos
integrantes salían, en las noches, a vender el bebedizo por diferentes lugares
de la referida ciudad. Tuvo en aquella ocasión una ubicación privilegiada ya que le toco expender en el jirón Miro
Quesada, frente al edificio del diario “El Comercio”, siendo entre otros, los
empleados y obreros de este prestigioso diario sus más asiduos clientes. Asumió
la presidencia de la sociedad que había formado y durante su gestión los más de
sesenta socios adquirieron la primera cocina a vapor, en la casa Matusita y con
la cual pudieron atender la demanda del producto que noche a noche tenia mayor
aceptación entre los limeños. Al término de su gestión fue distinguido con un
diploma de honor como socio fundador de la sociedad.
En 1935 decide
establecerse definitivamente en Jauja para disfrutar del calor familiar y
continuar con su actividad de emolientero. A partir de este año se le vio
atendiendo solícitamente a los parroquianos jaujinos de esa época que, al mismo
tiempo que se regalaban con el aromático bebedizo, intercambiando comentarios
interesantes acerca de diversos temas relacionados con el acontecer nacional o local. Así, entre los asiduos
clientes, don Pedro tuvo la oportunidad de escuchar las instructivas
explicaciones que solía hacer el doctor Luis Piana sobre cómo iba
desarrollándose la Segunda Guerra Mundial o de hechos anecdóticos que
acontecían en nuestra provincia; le oyó en una ocasión hablar acerca del “Jar
Jar”, “Tac Tac” y de las “mulas que arrojaban fuego”, monstruos que aparecían
en las oscuras noches de tormentas y que durante los inicios del presente siglo
mantuvieron en zozobra a la población jaujina, la que optó entonces por
recogerse muy temprano en sus casas a fin de evitar encuentros espeluznantes con
esos temidos engendros del mal y de los que mucho hablaron nuestras abuelas.
Otra noche, el mismo doctor comento que por haber difundido la teoría
evolucionista de Darwin entre los alumnos josefinos, un sacerdote de aquella
época, lo cuestiono e indispuso acremente ante la colectividad, acusándole de
estar atentando contra la adecuada formación de la juventud local, por lo que
se vio precisado a replicarle enérgicamente a través de un artículo
periodístico que se publicó en el diario “El Porvenir” que por esos años se
editaba en nuestra ciudad y en el cual defendió la necesidad de difundir los
conocimientos científicos para salir del oscurantismo medieval. Al Dr. Max
Cordero, otro de los clientes, le oyó referirse a la serie de dificultades que
tuvo que superar como alcalde de la Provincia de Jauja para traer el agua
potable a nuestra ciudad desde el manantial de Yuraj Cunya. Nuestro campeón
gildemeisteriano don Teodoro Bullón Ríos fue otro de sus conspicuos
parroquianos quien entre los circunstantes hacia comentarios en torno a las
competencias de tiro con fusil que eran organizados por el Club de Tiro N° 113
de Jauja. Alguna vez, el doctor Alberto Hurtado Dianderas, normalista,
farmacéutico, y notario público, mientras saboreaba su emoliente se puso a
explicar a los demás clientes que se encontraba con él, las bondades
farmacológicas que tenía cada una de las variedades de esta bebida y del porque
era recomendado consumirlas. Asimismo, otros habitúes del emoliente fueron los
trabajadores de la fábrica de fideos y galletas del súbdito japonés apellidado
Ojashi, los obreros de la panadería Ikenaga, los de las fábricas de aguas
gaseosas de don Juan Primo, Iseki y Onaka, que comentaban como se había hecho más
eficiente la producción en sus respectivos centros de trabajo con la llegada de
la maquinaria moderna y de los problemas laborales que estas adquisiciones les
había generado. No faltaron las discusiones políticas acaloradas que se
suscitaron en torno a esta carreta de los emolientes, entre recalcitrantes
“compañeros”, “camaradas”, “anarquistas” e “independientes”. Las parejas de
policía de la Guardia Civil que durante los años cuarenta y cincuenta hacían la
ronda nocturna por las calles de nuestra ciudad para asegurar la tranquilidad
de la población, se detenían en la intersección de los jirones Grau y Junín
para reanimarse con un buen emoliente, que bien ganado se lo tenían, dejando al
mismo tiempo sus comentarios acerca de las ocurrencias de carácter policial que
habían tenido que solucionar durante la jornada. Hubo noches en que a esta
carreta se allegaron grupos de jóvenes, guitarras en mano, que luego de haber
ofrecido serenatas a las muchachas de sus sueños, vertían comentarios de sus
aventuras y cuitas amorosas al calor de vaporosos vasos de emoliente. Al lento
degustar de la cálida bebida, los cinéfilos que salían de las funciones de vermouth
y noche, luego de ver las películas en blanco y negro que se proyectaron en el
cine “Jauja” y posteriormente las cintas a color que comenzaron a proyectarse
en los cinemas “Colonial” y “El Carmen”, fungían como críticos cinematográficos
de los filmes que acababan de contemplar.
La clientela que desfilo
frente a esta fuente de bebida caliente fue crecida y variada, disfruto siempre
de los efectos revitalizadores de un emoliente bien servido y prolijamente
elaborado, dejando mientras bebía, comentarios diversos acerca de sus vivencias
diarias que, como las que se han descrito, pintan de modo magistral el ambiente
social, económico y político que se vivió en Jauja durante esos años, convirtiendo
de este modo a la carreta blanca de los emolientes en un verdadero centro de
información de primera mano, digno de tomarse en consideración.
Los años transcurridos
mermaron las energías de don Pedro, por lo que tuvo que transferir la
conducción de su negocio a su hijo mayor Aurelio, más conocido como “Pocho”,
quien estuvo al frente de la carreta durante diez años, caracterizándose por su
trato jovial y el buen sentido del humor que compartió con su clientela.
Posteriormente le sucedió su hermano menor Walter, apodado “Pochin”, quien
hasta la fecha sigue atendiendo con esmero y calidez la actividad iniciada por
su progenitor.
Walter Castillo Laguna,
nació en Jauja el 8 de setiembre de 1940, realizo sus estudios primarios en la
escuela estatal 501, luego en el Colegio Nacional “San José” curso hasta el
cuarto año de secundaria. Es un constante lector del diario “El Comercio”, de
la revista “Selecciones”, del periódico chileno “Lea” y otras publicaciones,
además es aficionado a la crianza de palomas y gatos pero, su principal
preocupación está orientada en mantener el prestigio que han adquirido sus emolientes,
poniendo el mayor esmero en su preparación y en la selección de los insumos
necesarios. Actualmente se le ve, tras su carreta, a partir de las siete de la
noche, entre botellas que contiene concentrados de diferentes colores y que
poseen propiedades paliativas o curativas específicas que él recomienda para
cada caso, así el emoliente de achicoria con boldo para desinflamar el
castigado hígado de los cultores de Baco, el de linaza con grama y el de goma
arábiga para aquellos irritables que sufren de ardores estomacales, el de cola
de caballo con cebada tostada como diurético para “lavar” los riñones y, el de
tamarindo con linaza para los que tienen problemas de estreñimiento.
Durante la semana de
carnavales y las festividades de la Virgen del Rosario se incrementa la demanda
de sus bebedizos pues, en dichas fechas, llegan los jaujinos residentes en
diferentes ciudades de nuestro país y del extranjero, deseosos de tomarse un
emoliente que a la par de hacerles reaccionar el organismo, les reconforta el
espíritu al actuar como detonante emotivo el afloramiento en la memoria de un
sinnúmero de recuerdos vividos en mejores tiempos de la lejana juventud.
Walter, seguirá
adelante del negocio, hasta que las fuerzas lo acompañen, tras de esa carreta blanca
que como mudo testigo ha presenciado el discurrir nocturno en nuestra ciudad
durante largos años, atendiendo con la amabilidad de siempre y protegiendo con
sus mixturas la salud de sus numerosos clientes.
Fuente: Asalto – El Xauxalito
Boletín editado por el
Centro Cultural Huarancayo
Año 2, Vol. I, N° 07,
2000
Nota: Este relato fue
publicado en el año 2,000 y actualmente Walter Castillo se encuentra retirado
del negocio de elaboración y venta de emoliente, y radica en la ciudad de Lima por
motivos de salud, en compañía de su familia.
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