Santo Domingo de Guzmán afirmó que la Virgen María se le apareció en
1208 en una capilla del monasterio de Prouilhe (Francia) con un rosario en las
manos, que le enseñó a rezarlo y que le dijo que lo predicara entre los
hombres. Además, le ofreció diferentes promesas referidas al rosario. El santo
se lo enseñó a los soldados liderados por su amigo Simón IV de Montfort antes
de la Batalla de Muret, cuya victoria se atribuyó a la Virgen María. Por ello,
Montfort erigió la primera capilla dedicada a esta advocación.
En el siglo XVI, San Pío V instauró su fecha el 7 de octubre,
aniversario de la victoria en la Batalla de Lepanto, donde las fuerzas
cristianas derrotaron a los turcos que invadían Europa (atribuida a la Virgen),
denominándola Nuestra Señora de las Victorias; además, agregó a la letanía de
la Virgen el título de Auxilio de los Cristianos. Su sucesor, Gregorio XIII,
cambió el nombre de su festividad al de Nuestra Señora del Rosario. A causa de
la victoria en la batalla de Temesvár en 1716, atribuida por Clemente XI a la
imagen, el papa ordenó que su fiesta se celebrase por la Iglesia universal. León
XIII, cuya devoción por esta advocación hizo que fuera apodado el Papa del
Rosario, escribió unas encíclicas referentes al rosario, consagró el mes de octubre
al rosario e incluyó el título de Reina de Santísimo Rosario en la letanía de
la Virgen.
Ella es patrona de las batallas, así como de multitud de ciudades y
localidades repartidas por todo el mundo.
La imagen más antigua del Perú
Según una constante tradición, la imagen de la Virgen del Rosario
venerada en la Basílica de su nombre en Lima, vio surgir la ciudad fundada por
Pizarro en el valle del río Rímac. Donada por el Emperador Carlos V, fue traída
al Perú por los primeros conquistadores para que “los favoreciese en tan ardua
empresa”. La imagen fue colocada inicialmente en la primitiva pila bautismal de
Santo Domingo donde los “primeros creyentes idólatras fueron reducidos”.
Se trata de una estupenda talla en madera policromada de 170 cm.,
atribuida a Roque de Balduque. En su rostro parecen conjugarse la majestad de
Reina y la dulzura de Madre. El Niño, a quien sostiene en el brazo izquierdo es
también obra perfecta y así el manto, que desde la cabeza baja sobre sus
hombros, como los pliegues de su túnica y la finura de sus manos, revelando la
destreza del artista que la esculpió.
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