Era una mañana de invierno en
Jauja, amaneció con el cielo nublado y el paisaje mojado por la lluvia de toda
la noche. Yo, daba vueltas en la cama tratando de ganarle al desgano que tenía
para levantarme, estaba bien abrigado y me daba pereza salir de la cama y encontrarme
con el frío. Mire el reloj y al ver la hora se me fue todo el desgano y salté
de la cama venciendo la flojera. Tenía que estar a las diez de la mañana en la
Municipalidad de Molinos. Salí rápido del hotel y caminé por el jirón Grau
rumbo al mercado, crucé la Plaza de Armas observando la iglesia y la
municipalidad. Hace dos días había comido una rica “patasca” y quería volver a
probarlo. Mientras desayunaba, pensaba como haría mi trabajo de instalar los
equipos de telecomunicación. Había llegado hace tres días a Jauja y esta vez me
había quedado en un hotel porque me acompañaba un compañero de trabajo. Con los
días de estadía, mi amigo estaba encantado con el paisaje, con la comida, con las
calles angostas, trazadas en forma ordenada y simétrica.
De regreso al hotel, mi compañero
Benítez me esperaba despierto, pero aún en cama. Le dije:
-Me llamaron al cel y tengo que
ir a la muni de Molinos para hacer un estudio de campo. Si deseas te quedas
porque solo será para levantar información técnica.
-No, prefiero acompañarte y de
paso conozco algo más de sus hermosos paisajes –me contestó Benítez.
Salimos del hotel y subimos a una
mototaxi rumbo a la Alameda para tomar un colectivo a Molinos. Era la primera
vez que Benítez viajaba por ese lugar y disfruto de las bellas campiñas de
Huertas, la colina de Puyhuán y Molinos. Al llegar, nos dirigimos a la
municipalidad, pero estaba cerrado. Caminamos por la pequeña plaza y entramos a
una bodega para preguntar por el alcalde. Nos atendió una hermosa joven de ojos
grandes que llamó mi atención, pensé que no solo los paisajes de Jauja son
hermosos, sino también las mujeres jaujinas.
-El señor alcalde estuvo temprano
por acá –nos dijo la mujer.
-¿Dónde es su casa? -pregunté.
La mujer salió a la calle y nos
indicó la casa, y fuimos a buscarlo. El alcalde nos hizo ingresar a su casa y
nos explicó que un señor Isidro nos atendería, porque él tenía que irse a la
chacra.
Regresamos con él a la
municipalidad pero aún estaba cerrado
-“Chiuchi”, ven –ordenó el
alcalde a un niño que jugaba- corre a la chacra y avisa a don Isidro para que
venga o envíe las llaves. Luego el alcalde se despidió de nosotros.
En unos minutos llego el señor
Isidro y nos presentamos.
-Estarán sin comer, ya será la
hora del almuerzo. Mejor les llevaré a donde puedan prepararles algo de comer
–dijo Isidro.
Nos invitó a pasar a una tienda y
mientras preparaba la comida, ordenó dos cervezas.
-Voy a invitarles unas cervecitas
en gratitud de estar en mi tierra mientras esperamos que preparen su almuerzo.
Será mejor que trabajen después de almorzar.
Bebimos las cervezas y almorzamos
una sopa preparado a base de carne picado en trozos pequeños, fideos tipo
corbatita, orégano y leche. Acompañaba en la mesa una fuente con papas “huayro”
sancochadas, un pote de ají de rocoto con queso, preparado en un batán. Al
final del almuerzo, Isidro nos invitó una copita de Crema de Muña, nos dijo que
era para una buena digestión. Quedamos satisfechos con el almuerzo y
encandilados de la forma como se vive y se come en Jauja. Por algo le dicen
“Jauja”, le comente a Benítez mientras caminábamos a la municipalidad.
Subimos al techo y nos ubicamos
al costado de la torre de treinta metros de altura para obtener la ubicación
del local con un GPS, tenía que enlazar desde este lugar una señal de Internet
en forma inalámbrica a una escuela que se encontraba a siete kilómetros de
distancia. Al finalizar solicitamos que nos proporcione una movilidad para ir a
la escuela y realizar el mismo proceso de medición. Consiguieron a Melquíades
que tenía una motocicleta para ir al lugar.
Llegamos a las cinco y media de
la tarde, quise apresurarme, pero encontramos cerrado la escuela, pensé que
perdería tiempo si buscáramos al portero, empecé a medir con cálculos
aproximados por el perímetro. Cuando termine, fui en busca de Melquíades para
regresar a Molinos, pero él se disculpó y me dijo que no regresaría, al
contrario, tenía que viajar a la altura, nos indicó donde era el paradero y nos
fuimos a la carretera.
Pasaba el tiempo y empezaba a
oscurecer, nos preocupamos y regresamos donde Melquíades para encontrar alguna
solución. Nos dijo que solo podría llevarnos hasta cierto lugar donde si
encontraríamos alguna movilidad que viene de Quero o de la altura.
Melquíades nos dejó en el cruce
con la carretera principal. A lo lejos había unas viviendas precarias.
-Por acá pasan carros que bajan
de la altura, esperen nomás. Mucho gusto en conocerles, me voy rapidito porque
si no me agarra la noche.
Se despidió y se perdió por el
camino, entre el polvo que levantaba la motocicleta y la oscuridad que cada vez
se hacía más denso.
Dejamos los equipajes y nos
sentamos en un tronco de árbol que yacía a un costado de la carretera. Benítez
se puso sus guantes y se abrigó con su casaca. Yo llevaba una casaca térmica y
no sentía mucho frío, mire alrededor y vi dos casitas a lo lejos, en una de
ellas apenas podía ver una débil lucecita, la otra vivienda estaba oscura, el
resto del lugar eran chacras, algunas sin sembrar.
Por momentos no había mucha
comunicación entre nosotros, existía un silencio que era interrumpido por el
sonido de las hojas de los eucaliptos que se movían por el viento. Yo tenía
puesto la mirada al final de la carretera que venía de la altura esperando
escuchar o ver algún automóvil. Ya había pasado media hora desde que llegamos
al lugar y cada vez se sentía el frío, me animé a levantarme y caminar en
pequeños círculos para mantenerme caliente.
-Hummm... no pasa nada -dijo
Benítez.
-Ya vendrá alguna movilidad,
Melquíades es de este lugar, por algo nos trajo hasta acá -le respondí.
Noté la preocupación de Benítez,
pensé que si se había equivocado al decidir acompañarme y no haberse quedado en
el hotel, ahora se encontraba en peor situación y en un lugar desolado, con
frío, sin alimentos y sin tener la certeza de encontrar un lugar donde pasar la
noche. Me mantuve sereno, no quise que Benítez se dé cuenta que estaba
preocupado y sin saber qué hacer.
La noche cubrió totalmente el
lugar, mire a los alrededores y solo podía observar siluetas oscuras del
paisaje que contrastaba con la poca luz de la noche. A lo lejos solo veía la
lucecita de la vivienda que por momentos se perdía. Pensé que sería la última
opción de ir y pedir alojamiento o tratar de ingresar a la otra vivienda que
parecía abandonada. Pero no sabía que personas encontraría, si serían amables o
capaz desconfiados. Sería imposible pasar la noche a la intemperie o tratar de
caminar hasta Jauja. Volví a sentarse.
-De saber qué esto pasaría,
hubiera preferido quedarme en el hotel y salir a pasear por la ciudad -comentó
Benítez.
-Sí, pero ya estamos acá y
tenemos que salir de esto, seguro que ya no demora en venir un auto -le
respondí.
Nuevamente el silencio nos invadió
y la preocupación se apoderó de nuestros pensamientos. Baje la cabeza mirando
al suelo y en completo silencio empecé a invocar a Dios para que nos ayudara.
Recordé la conversación con el administrador del hotel sobre la fe que los
jaujinos tienen en la Virgen del Rosario, cerré los ojos y junté mis manos para
implorar en silencio.
-Virgencita, tú que tienes muchos
devotos por tus milagros, tú que eres la patrona de estas tierras, bajo tu
protección nos acogemos para que escuches mi súplica: Te pido por la necesidad
que tenemos en este momento, ten compasión y aboga por nosotros para encontrar
una salida y llegar a Jauja sin contratiempos y libre de cualquier peligro.
Amén. -lentamente abrí mis ojos para volver a la realidad.
-¿No crees que debemos hacer o
pensar en algo? No podemos seguir así. Capaz podemos ir caminando hasta un
poblado más grande, ya pasó una hora más -reclamó Benítez.
-Sí, pero no conocemos muy bien
el lugar y estamos lejos. Esperemos un poco más. No te preocupes que saldremos
de esto -le respondí.
Benítez se levantó y empezó a
caminar, recordó que tenía cigarros, encendió uno y me invito otro. Exhaló el
humo hacia arriba y aprovechó para mirar el cielo jaujino que mostraba su
hermosura, llena de estrellas luminosas. Parecían miles de luces de bengalas
que se prenden en época de navidad, se quedó impresionado y olvidó por un
momento lo que le sucedía.
Hasta que, un ruido de un arbusto
cercano rompió el silencio y nos llamó la atención que volteamos raudamente. De
la oscuridad emergió una silueta negra y lentamente se acercó hacia nosotros.
Retrocedimos lentamente, atónitos y asustados sin tener explicación de lo que
podría ser. Cuando la silueta estaba más cerca pudimos percatarnos que se
trataba de una mujer, una anciana, que caminaba lentamente por los años que
tenía. Ya más tranquilo pensé que hacia una mujer en este lugar y a esta hora,
le salude cordialmente y le pregunte el motivo de su presencia.
-Voy a Jauja –me respondió la
mujer.
La respuesta nos dio una
tranquilidad, al saber que había otra persona que tenía intención de viajar.
-¿Y cuál es su nombre? –preguntó
Benítez.
La mujer nos miró, se quedó en
silencio como si tratara de recordar su nombre y respondió con un hablar
pausado.
-Tantos años que vivo en estas
tierras, me llaman de diferentes formas.
-¿Ya que eres de este lugar,
todavía hay movilidad para Jauja? –volvió a preguntar Benítez, angustiado.
-No te preocupes joven, que de
todas maneras llegaras a Jauja –le contestó dulcemente y con total seguridad.
Ayudamos a la anciana a sentarse
en un tronco caído y le acompañe. De cerca y en silencio contemple su rostro. A
pesar de sus años y sus arrugas, tenía una mirada angelical y celestial que
irradiaba tranquilidad. Le pregunté de donde venía y que hacía en este lugar. Pero
ante su silencio le expliqué que era jaujino, pero que venía desde Lima por
trabajo, que mañana tenía que regresar y que me había encantado mi corta
estadía en Jauja. La anciana me dijo que, ojalá, que con esta mala experiencia
no me arrepentiría de lo que decía. Nos reímos.
Benítez seguía caminando tratando
de controlar su paciencia, prendió otro cigarro y me hizo un gesto de invitación,
acepté y me puse de pie. Mientras encendía el cigarro, Benítez me hizo recordar
que ya era demasiado tarde y que estaba preocupado. Le di confianza y ánimos
pidiéndole que espere un rato más.
En ese momento, la anciana, como
si presagiara algo, trataba de ponerse de pie. Al darnos cuenta de su intento
nos acercamos para ayudarla, la tomamos de cada brazo y la levantamos
suavemente. Fue cuando escuchamos un ruido lejano de un motor y dimos vuelta
buscando de donde venía. Nos percatamos que un automóvil se acercaba, nos
alegramos y empezamos hacer señas para ser visto por el conductor. El automóvil
venía lentamente y aprovechamos para recoger nuestros equipajes. Yo me percato
que la anciana no se alegraba mucho, se había quedado quieta, serena, pero
observándonos con una sonrisa, como cuando una madre observa a su hijo en
silencio. Camine hacia la ventana del conductor y le comento la necesidad que
tenemos de viajar a Jauja y si podía llevarnos. El chofer aceptó.
Benítez subió rápidamente los
equipajes, yo abrí la puerta delantera para que la anciana pueda subir, pero
ella se negó, me miro a los ojos y me dijo que se quedaría. No comprendía su
decisión, si también había esperado mucho tiempo para luego desistir en viajar.
Más bien la anciana me apuro a subir, yo insistía que también tenía que subir,
pero me agarró de los brazos y con la poca fuerza que tenía intentaba subirme.
En ese momento, no sé por qué, no tuve palabras ni voluntad, solo pude titubear
y abordé el coche sin decir nada. La anciana cerró la puerta, se acercó a la
ventana y nos dio una sonrisa maternal, nos dijo que nos cuidáramos mucho y que
no nos olvidemos de la fe, que los prodigios si existen.
El automóvil partió lentamente y
yo me di la vuelta para no perderla a la anciana. Observé que se regresaba y se
perdía por el mismo lugar oscuro de donde había salido. Exploré visualmente y
rápidamente el lugar y alrededores, todo era sombrío, no había indicio de
alguna vivienda. Le pregunté al conductor si por ahí había viviendas y me dijo
que todo era chacras. Le pregunté si conocía a la anciana y me dijo que era la
primera vez que la veía en el lugar.
Me quedé pensativo, era muy
extraño todo esto, salió de la nada, no pude saber su nombre, nos dio
tranquilidad, nos hizo compañía, nos enseñó a tener fe, nos embarcó y al final,
se regresó por donde había salido. Pero estaba agradecido con lo sucedido. Cerré
los ojos y recordé que había invocado a Dios y a la Virgen del Rosario que nos
protegiera y que no nos desampare. Abrí los ojos y miré por la ventana, solo
veía el camino iluminado por la luz del automóvil. Ya tranquilo, me prometí que
antes de viajar a Lima iría a la virgencita para agradecerla. Recosté mi cabeza
en el asiento y me quede dormido.
Al día siguiente me levanté
temprano, arreglé mi maleta porque viajaba a las once y media de la mañana,
desperté a Benítez. Salimos para desayunar y en la recepción nos encontramos
con el administrador, aproveche para preguntarle por la Virgen del Rosario y
nos contó que fue donado por un Emperador y cuando era conducida de Lima al
Cuzco por centenares de indios por el camino del inca y al pasar por Jauja se
desencadenó una tempestad con granizos y truenos que duró más de 24 horas,
inundando la ciudad. Al reanudarse la marcha, los indios no podían movilizar la
carga porque pesaba demasiado. Al destapar encontraron una virgen y esto fue
interpretado como una expresión de la virgencita de querer quedarse en Jauja.
De este modo empezó el culto en el coloniaje, se dice que hacía ricos a sus
devotos haciéndoles encontrar “tapados” de oro, a otros les salvaba de alguna
enfermedad dotándoles de buena salud, haciéndolos incluso centenarios. Cuentan
que el Libertador Bolívar, era su devoto, fue salvado milagrosamente de una
caída fatal de su caballo y que el Mariscal Cáceres, también devoto, cuando
estuvo en Jauja, muy de madrugada oró al pie de su altar invocando su
protección y luego dar un golpe en la “Huaripampeada” que le significó la
entrada a Lima y tomar el poder. Estos y muchos milagros más hicieron que
tuviera devotos no solo de la clase pobre sino de la clase adinerada, quienes
al morir, legaban extensas tierras, declarándola su heredera celestial.
Actualmente los mayordomos celebran para el primer domingo de octubre el día
patronal de Jauja, con juegos pirotécnicos que empiezan desde la víspera, con
misas y procesiones multitudinarias por la Plaza de Armas acompañados de una
banda de músicos y al toque de las campanas de la iglesia Matriz, luego de la
procesión hay una pandilla general, así termina las festividades despidiéndose
hasta el próximo año.
Benítez se quedó admirado con la
historia. El administrador abrió un cajón de su escritorio, sacó una fotografía
y me regaló. Era la Virgen del Rosario, y me dijo que siempre la llevara
conmigo, que me iría bien. Agradecido por ese noble gesto le di un abrazo y
salimos del hotel para desayunar, luego fuimos a la Iglesia. Cuando llegamos a
su altar nos encontramos con un retablo barroco y al medio estaba la Virgen del
Rosario de tamaño natural de una persona, era hermosa y su mirada me fue
familiar, me hizo recordar inmediatamente a la mujer anciana, me invadió una
emoción y no pude evitar derramar algunas lágrimas. Incliné la cabeza para
rezar y agradecerle por haber escuchado mi plegaria. Prometí venerarla siempre
y llevar su fotografía a todo lugar que mi trabajo me llevara. Me despedí
agradecido.
Regresamos al hotel para recoger
nuestras pertenencias y nos fuimos a la agencia para partir a Lima. Saliendo de
Jauja observé la estatua grande e imponente de la Virgen del Rosario, no me
había percatado cuando arribé porque era de madrugada y me encontraba
durmiendo. Luego, cuando cruzábamos el río Mantaro por el Puente Stuart,
Benítez dio media vuelta para ver la hermosa tierra que dejaba, solo estuvo
cuatro días y por lo poco que conoció, se había quedado encantado. Yo,
regresaba lleno de fe, porque en Jauja, en un “pedacito del cielo”, había
encontrado un milagro. Prometí que volvería, pero no por trabajo, si no, en un
mes de Octubre para participar en las festividades religiosas de la Virgen del
Rosario.
Ya pasaron muchos octubres, mi
devoción aumentó y actualmente soy hermano de la Archicofradía del Santo
Rosario, en gratitud por todo lo que hace por mí.
HECTOR ME ENCANTO ESTE RELATO TE FELICITO .......AUMENTARA MI FE
ResponderBorrarEs un relato sencillo que me lleva imaginariamente a esa hermosa tierra llena de encantos. Espero leer mas historias
ResponderBorrarMe gusto... a mi memoria volvieron los recuerdos de lo bella que es la sierra, sus paisajes, sus costrumbres y sobre todo su gente.
ResponderBorrarBuen relato.
Me pareció un relato muy bonito, y que irradia mucha fé
ResponderBorrarFelicitaciones por ese mensaje espiritual. es bueno ver que que cultivas la afición Literaria con buen estilo, no en vano a nuestra Tierra la nombran como la Atenas del Centro del Perú. Que la Virgen del Rosario bendiga y haga fructífera tu búsqueda intelectual, que es el sello y anhelo de todo jaujino.
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