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Jauja, donde pagan a los hombres por dormir, fustigan a los hombres que insisten en trabajar, los árboles son de tocino y sus hojas de pan de fino. Las calles están adoquinadas con yemas de huevo y lonjas de tocino, asadas y fritas...

20 de enero de 2018

Requiem a una Wanka

Por: Macko Leiva
Porque partiste primero,
Porque recuerdos te tengo,
Porque siempre te recordamos,
En cada paso de los tunantes,
En cada traída y cortamontes...

Era de una contextura gruesa y de un color cobrizo, como de aquellas personas que pintan su piel por el duro friaje de la puna. Tenía una mirada tranquila y una sonrisa cándida que desdibujaba su aspecto rudo y su caminar pausado y pesado. Amante de nuestro folclore, juntos trajinamos muchos pueblos descubriendo nuevas costumbres, pero también, cuantos pueblos nos conquistaron con sus costumbres. Era una enciclopedia abierta de las fechas de celebraciones en el valle de Jauja, si uno quería saber dónde había fiesta, acudíamos a él y nos despejaba de la duda. Cultor especial de las festividades del 20 de enero, esperaba con ansias cada año para bailar y disfrutar de la tunantada como si fuera la última vez. Como si sabría que en unos años más, bailaría en los corazones y recuerdos de cada uno de nosotros, con sus amigos que compartió su alegría, con muchos amigos.

Con tanta corpulencia era difícil aceptar que le gustaba bailar de Wanka. La tunantada es de hombres, decía. Personaje que asumía cuando se ponía la careta de malla fina y su nombre de mofa cambiaba a “Carmín”, pero para la mayoría de nosotros, quienes le conocimos, era como un “Tesoro”, porque acostumbraba a vestir lujosamente. Siempre llevaba una pechera de vicuña con monedas de plata pura, prendedores y alhajas de oro. Por su vestimenta fina y costosa teníamos que “cuidarla” que no le roben mientras bailaba, a veces uno de mis amigos bailaba de Chuto, pero siempre al lado de la wanka y los demás como espectadores mezclados entre el público como guardaespaldas. Así parecíamos “jatipacos” siguiendo por el alrededor de la plaza a la institución tunantera donde bailaba, cuidando su espalda y en cada “caipincruz” (descanso) éramos agasajados con cervezas para aplacar esa ávida sed propia de nuestra juventud.

Si nos perdíamos por algún motivo, nuestro punto de encuentro era el toldo de la “Gata”, quien gozaba de nuestra confianza y nos daba crédito ilimitado en cervezas, pero solo para los amigos íntimos y gracias al aval de la wanka, porque en esa fecha aparecían muchos “hueleguisos” (quienes no son invitados) ansiosos de beber gratis y en grandes cantidades. Siempre pedíamos una caja de cerveza y “Carmín” sentado junto a la “Pajita” (otra cutuncha) ocultaban todas las cervezas dentro de sus fustanes y teníamos solo una botella circulando entre nosotros a fin de espantar a los “fiestas pacuj” (los que buscan fiestas). Nos entregábamos a las tonadas de las melodías tunanteras, a la picardía de los chutos, a la elegancia y encanto de las jaujinas, al sonido de las espuelas de los recios arrieros, a la nobleza y clase dominante de las cutunchas, al señorío que expresa los chapetones, al baile refinado y elegante de los huatrilas, a la parodia de María Pichana y su viejo Pedro Chochoca, y de los demás personajes que danzaban delante de nuestro toldo y que nos hacían sentir la magia cultural de nuestra tunantada en su máxima expresión. Con alegría, con sentimiento, con lágrimas y con amigos de aquellos tiempos, amigos que compartimos grandes tertulias y aventuras tunanteras, conversaciones y anécdotas que solo terminaban cuando la noche avanzaba y teníamos que dejar la plaza de Yauyos en busca de reposo para retomar fuerzas para el día siguiente.

Un día, ya de noche, a punto de retirarnos, la wanka, el chuto y yo decidimos comer un Picante de cuy. La wanka nos llevó en su casera quien nos recibió amablemente, era en uno de esos toldos que se instalan en las calles que dan acceso a la plaza. Nos sentamos en una banca, con la wanka al medio de nosotros y dando las espaldas a la calle por donde transitaban muchas personas. Cada quien con su plato, empezamos a disgustar sin mediar palabras y concentrados en nuestro paladar, casi a mitad del potaje, el chuto agarra la pata del cuy y da un mordisco a su presa, pero al no lograr arrancar un pedazo, empieza a jalar la pata sin soltar su presa, pero la piel del cuy era tan flexible que no cedía y se estiraba más hasta que se rompió; el chuto se quedó con la pata en su mano y gran parte de la piel regreso a la presa que aún tenía mordida, estrellándose en su cara. Tanto fue el impacto que el chuto se fue de espalda y con ello también nos llevó a nosotros hacia atrás. El peso de la wanka y el mío, trató de equilibrar la fuerza contraria que hacia el chuto, pero sentados teníamos una posición inestable y el impulso del chuto fue superior a nuestra fuerza. Despacio, como en cámara lenta nos fuimos hacia atrás sin poder hacer nada, solo atinamos a sostener nuestros platos y poco a poco caímos de espaldas al suelo con los pies arribas y con los restos de cuy encima nuestro.

Las personas que estaban comiendo en los toldos vecinos y las que pasaban por esa calle se ganaron con el espectáculo, dieron rienda suelta a su alegría con risas, carcajadas y burlas, especialmente por la wanka que yacía en el suelo de espalda con las piernas arriba. Yo que no llevaba vestimenta alguna, me sobrepuse rápidamente, ayude al chuto a ponerse de pie y luego los dos y con mucho esfuerzo levantamos a la wanka. Tratamos de limpiarnos, pero nuestras espaldas y parte de nuestros cuerpos estaban empapados y llenas de barro por la lluvia que dejaban las calles mojadas y con barro.

Ante tanta burla y risas de las personas, solo optamos por acomodar nuestras ropas y limpiarnos lo que se podía. Nos abrazamos, siempre con la wanka al medio, decidimos marcharnos del lugar, dejando atrás la alegría en las personas y nosotros llevándonos nuestra vergüenza disimulada diciéndonos en voz baja: “ama cusuychu, ama cusuychu” (no hagas caso, no hagas caso), y poco a poco desaparecimos en medio de la penumbra de la noche.

Tres amigos: una wanka, un chuto y un espectador, personajes propios de la tunantada. Aunque ahora la wanka baila en una plaza infinito del cielo, porque una “traída de monte” le arrebató la vida mientras Jauja festejaba con alegría los carnavales. En ese momento, su partida ensombreció nuestras vidas por un tiempo, porque ya no había el amigo conocedor de las tradiciones y que siempre nos incitaba a ir a las fiestas de los pueblos. Pero después comprendimos que la muerte solo es ausencia física más no espiritual. Por eso, ahora, aunque no está presente, siempre me gusta ir o bailar en los pueblos y este, y cada 20 enero, cuando mi corazón palpita al ritmo de los acordes de los huaynos y al bailar de los tunanteros, en ese momento le recuerdo con sentimiento y con lágrimas en mis ojos a esa wanka, a ese gran amigo que siempre estará conmigo en la plaza de Yauyos, como todos los demás tunanteros que tomaron la delantera y que ahora danzan con nosotros en una cuadrilla especial, la gran Institución Celestial de la Tunantada…

¡Pucacha, upiacushun, llushpipa llushpipa, eterno amigo! (Pucacha, tomemos, cepillado cepillado, eterno amigo).

4 comentarios:

  1. UN LINDO RELATO,EN HOMENAJE A UN GRAN AMIGO,EN UNA FECHA OPORTUNA.¡FELICITACIONES!

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  2. UN LINDO RELATO, EN HOMENAJE A UN GRAN AMIGO,EN UNA FECHA OPORTUNA.

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  3. Soy limeña, y me conmueve la tradición de Jauja, su tunantada, es un orgullo para los peruanos.
    Me interesé por la tunantada porque tenía que n hacer una palestra en mi clase de `portugués.

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  4. Soy limeña, me conmueve la historia y su tradicional tunantada, me interesé por su fiesta para mi palestra de portugués. Un gran orgullo.

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