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Jauja, donde pagan a los hombres por dormir, fustigan a los hombres que insisten en trabajar, los árboles son de tocino y sus hojas de pan de fino. Las calles están adoquinadas con yemas de huevo y lonjas de tocino, asadas y fritas...

4 de marzo de 2010

Jauja, ciudad Capital. La historia que no fue

¿Cual habría sido el destino del país si la capital se hubiera mantenido en los Andes y no en Lima?
Fuente: Perú Económico
Una publicación de APOYO Publicaciones S.A.


Por José Ragas

Historiador y docente de la Pontificia Universidad Católica del Perú


A manera de homenaje a Lima luego de su 472 aniversario, vamos a descargarla momentáneamente de la responsabilidad de haber sido la capital del país y trasladar dicho peso a otra ciudad. La historia comienza en octubre de 1533, cuando las huestes de Pizarro salieron de Cajamarca tras ajusticiar a Atahualpa y, luego de llegar al Valle del Mantaro, fundaron la ciudad de Jauja. No obstante, en abril del año siguiente, Pizarro retornó al valle y fundó por segunda vez la ciudad con el propósito de darle un estatus más importante que el de una simple plaza militar. Una serie de razones llevaron al conquistador a desistir de su empeño, pero este dato es irrelevante para nuestros propósitos. La ubicación de la capital en el centro del país significaría un reordenamiento de los espacios regionales y su rol dentro del sistema económico nacional. Las dinámicas regionales, además, habrían cambiado con los siglos, produciéndose reacomodos y adaptaciones según la capacidad productiva de cada espacio.

Primer impacto La región central era la más privilegiada del virreinato y de la república, no sólo por su posición estratégica, sino también por la concentración de diversos recursos: minas en Pasco, ganadería y agricultura en el valle y una genética predisposición al comercio por parte de sus pobladores. El agotamiento del yacimiento de Potosí y la pérdida de impulso del mercado interno por la plata proveniente del sur andino llevaría a desarrollar las minas de Pasco y Hualgayoc, marcando una nueva etapa de crecimiento en la economía del virreinato, la cual se interrumpiría por los desórdenes de las luchas caudillistas. Visionarios como Francisco Quiroz viajarían a Europa a conseguir el dinero necesario para proseguir la explotación argentífera y, ya superado el estancamiento económico, este empresario nacido en Pasco en 1798 habría sido presidente con el respaldo del partido político que él fundó, el Club Progresista. Hacia mediados del siglo XIX, con la incorporación del Perú a la economía capitalista global, ya tendríamos un perfil más definido de los espacios regionales. El guano habría servido para dar un nuevo empuje a las actividades económicas de la región central con base en la ganadería y la minería, la cual conocería unos años más de bonanza con la plata para luego pasar a exportar metales industriales a partir del siglo XX. La región sur no habría cambiado su situación de proveedor de lanas finas al mercado mundial a través del eje Puno-Cusco-Arequipa. La costa norte tampoco habría variado su condición agroexportadora del binomio algodón-azúcar, mientras que la sierra norte despegaría a inicios del siglo XX con la modernización de las haciendas y su sorprendente giro hacia la industria láctea. La diferencia más saltante la hallaríamos en la costa central, cuya elite trataría infructuosamente de aprovechar los recursos del guano para mermar el poder de la capital por medio del financiamiento de caudillos a sueldo y de tropas de mercenarios. Tras algunas batallas, la derrotada elite limeña se habría exiliado en Londres o París, en espera de mejores tiempos. Algunos retornarían con la noticia de la guerra entre el Perú y Chile en 1879. La diversificación productiva, así como la existencia de diversos polos de producción, nos habría hecho menos vulnerable a los depósitos guaneros. El resultado de estos cambios quedaría evidenciado en un saludable eje transversal costa-sierra con acceso a la ceja de selva desde muy temprano, sin tener que esperar hasta mediados del siglo XIX, cuando Manuel Pardo “redescubriría” la importancia del valle de Jauja y la necesidad de conectarlo con la costa por los ferrocarriles.

Demografía, economía y utopía Es posible que se hubiera creado un nuevo tipo de centralismo, al margen del lugar donde estuviere la capital. El Perú –que compartiría con México la ubicación de la capital al centro del país– se parecería más a países como Colombia y su saludable descentralización en torno a cuatro ciudades: Medellín, Bogotá, Cali y Barranquilla; o a Chile, con el eje Santiago-Valparaíso equivalente al de Jauja-Lima. Pero la tensión propiciada por las diferencias regionales no exime de nuestro análisis la posible derrota de Jauja por otros núcleos más activos o dinámicos, como Arequipa, Lima o… Huancayo. De ser así, entonces habría que remitirnos al caso brasileño, donde Brasilia desplazó a Río de Janeiro. Quizá Jauja no hubiera podido llegar a albergar a los 8 millones de peruanos que viven actualmente en Lima, por lo que los anexos periféricos se habrían llenado de grupos populares de escasos recursos, conformando un cinturón de barriadas que afecta hoy a las grandes urbes. Con el crecimiento de la ciudad, los pequeños pueblos alrededor de la ciudad habrían comenzado a conectarse entre sí, del mismo modo que lo hicieron los valles de Lima durante el siglo XIX. Al no haber tenido una muralla que la circundara, el crecimiento se daría de modo más libre y con un flujo regular de los pobladores de los anexos aledaños, que satisfarían las necesidades de servidumbre de las familias acomodadas del centro urbano. Es interesante pensar qué habría pasado con los procesos de inmigración y desplazamientos internos que se llevaron a cabo desde el siglo XIX en adelante. El “desborde popular” tendría como principal fuente los campesinos llegados a las minas y que tentarían suerte en la capital ante la opción de volver a sus pueblos de origen, sobre todo después del cierre de las grandes minas por la Gran Depresión de 1930. La existencia de comunidades fuertes y campesinos independientes en la región nos recuerda el modelo farmer estadounidense antes que el de los junkers (terratenientes) alemanes, por lo que la ciudadanía impuesta desde la capital favorecería la igualdad y el predominio de la clase media, como ocurrió en Estados Unidos, y no el monopolio del poder por una elite económica, que fue lo que ocurrió en Alemania. La presencia de un pensamiento liberal, alejado de cualquier rezago de monarquismo y conservadurismo, habría contado con el apoyo de la población y el sufragio universal habría caído por su propio peso en vez de restringir la ciudadanía a la población blanca/letrada/costeña como ocurrió entre 1896 y 1931. En el ámbito social, el mestizaje entre población criolla y africana que dominaba en Lima se habría trasladado hacia un mestizaje entre población andina y blanca, lo cual no exime los matrimonios interétnicos entre esclavos –ya existentes en la sierra central y sur desde la Colonia– y posiblemente alguno que otro culí dispuesto a trabajar en las haciendas del Valle del Mantaro.
La reivindicación de los Andes El plano cultural también ofrece un campo interesante de hipótesis. Habría un mayor reconocimiento a escritores como Edgardo Rivera Martínez, especialmente por su País de Jauja y novelas como Conversación en la Catedral o Un mundo para Julius formarían parte de las nuevas voces del interior del país. El Día de la Canción Nacional incluiría uno que otro repertorio de conjuntos afroperuanos o de los cultores de la marinera. El pío pío habría sido remasterizado en una versión chill out y el saxofón y el arpa se enseñarían en las escuelas, en donde los niños aprenderían a zapatear desde muy temprana edad. El recientemente fallecido Zenobio Dagha, impulsor del huaylarsh, ocuparía el lugar que alguna vez tuvieron Felipe Pinglo y Lucha Reyes, mientras los abanderados de la música nacional serían Eusebio “Chato” Grados y Amanda Portales. La jura de San Martín el 28 de julio de 1821 sería un episodio apenas mencionado en los textos de colegio, los que reservarían espacio para los eventos importantes: la proclamación de la independencia en la plaza de Jauja por San Martín y los notables de la localidad, y la batalla de Junín como episodio previo al desenlace de la capitulación de Ayacucho. El gran héroe nacional sería Andrés Avelino Cáceres, por su participación en la Guerra del Pacífico.

Las rivalidades regionales mencionadas anteriormente provocarían el resentimiento de las provincias. Desde la costa, es más que seguro que se habría ensalzado al poblador blanco o al litoral como sinónimo de desarrollo y modernización mientras que los indigenistas cusqueños de la primera mitad del siglo XX remontarían el origen de la nacionalidad peruana al período anterior a la Conquista, cuando el Tahuantinsuyo estaba vigente y el Cusco era su centro de poder. El altiplano puneño no habría renunciado a sus reivindicaciones separatistas en virtud de su identidad aymara.

Así, en lugar de un nacionalismo criollo tendríamos un nacionalismo mestizo/cholo, que haría del poblador andino la quintaesencia de la peruanidad. Los textos de Arguedas habrían reemplazado a los de Riva-Agüero y Belaunde, y Lima la horrible se leería con un placer que se asemejaría a la culpa ajena. La Universidad del Centro y otras más que se crearían a lo largo del último siglo organizarían mesas de debate y paneles sobre el “ser mestizo nacional”.

Estas disputas se trasladarían también al gramado, y tendríamos campeonatos con hinchas coreando por equipos regionales como el Cienciano, Alianza Lima, Universitario de Deportes, además del clásico nacional entre el Deportivo Junín y el ADT de Tarma, seguido del clásico moderno entre Deportivo Wanka y Sport Huancayo. El torneo local estaría conformado por equipos como Nación Wanka, Los Ángeles de Catalina Huanca, Concentradora Minera Corona, entre otros. Claro, también habríamos pasado un mal rato por la decisión de la FIFA de impedir que se jugaran partidos a más de 3,000 metros de altura. Y es que los 3,300 metros de la capital peruana ofrecerían un obstáculo difícil de sortear, por lo que en el remoto caso de que hubiéramos clasificado a un Mundial (en el Perú y en el mundo de la ucronía todo es posible) tendríamos que haber escogido el estadio de alguna ciudad de la costa.

También circularían muchos comentarios sobre los limeños y su debilidad ante las enfermedades que constantemente los asolan, y es casi seguro que la literatura costumbrista haría más de una mofa sobre el costeño recién llegado al Valle del Mantaro y su dificultad para sobreponerse al soroche, o del provinciano engañado ante la astucia comercial de los jaujinos y huancaínos. La imagen del limeño sofisticado, siempre atento a las novedades que traen los barcos y los extranjeros de ultramar, habría rondado el imaginario del país desde la colonia hasta por lo menos el siglo XX. Los chistes contados en las chicherías y bares también incluirían a los limeños como pedantes, insoportables o ingenuos, adjudicándoles los rasgos que el humor universal les atribuye a los gallegos y a los porteños.

El tema central
Por lo visto, la historia peruana habría sido muy distinta si la capital hubiese sido Jauja y no Lima. El mismo presidente García, en su anterior mandato, lanzó la posibilidad de mudar la capital a Huancayo. Y es que la tentación por señalar que todos nuestros problemas se habrían solucionado con el cambio de la capital debe ir acompañada de una cierta dosis de prudencia. Como hemos visto, esta posibilidad habría significado una reorientación en la conformación de los espacios regionales y con ello los procesos sociales, culturales y políticos serían distintos a los de hoy. Algunos problemas que nos aquejan ahora persistirían, por supuesto, aunque posiblemente en menor grado, además del hecho de que nuevos problemas aparecerían.

Sin duda, el cambio más importante que se habría producido es que los capitalinos seríamos más sensibles a los problemas del interior del país, y no reaccionaríamos con indiferencia a situaciones como la que hoy afrontan los pobladores de Pasco, obligados a mudarse ante el avance de la contaminación. Aún hoy seguimos pensando en cómo reducir el centralismo, por lo que la inquietud que motivó este artículo mantiene su validez. ¿Acaso el mismo nombre renacentista de Jauja no invita a la utopía?

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