El padre de la tunantada, ese es mi papa. Aunque murió hace 36 años,
su presencia se ha hecho eterna. Más aún hoy, cuando jauja danza y la gente es
feliz por toda la herencia histórica, construida por mujeres y hombres
enamorados de su tierra; prolíficos artistas, sensibles y maravillosos como
Tiburcio Mallaupoma Cuyubamba, mi padre.
De la unión de Hermenegildo Mallaupoma y Ana Cuyubamba, nació mi
padre, el 11 de agosto de 1907, en el anexo de Iple, Parco. Pasaron solo 5 años
para que mi abuelo lo dejara huérfano y en total pobreza junto a Obispo, su
hermano mayor. Este adquirió un violín que desde un inicio llamo la atención de
mi padre. Tenía apenas 6 años cuando quedó fascinado por el instrumento. Un día
el tío Obispo lo pilló jugando con el violín. Otro día, cuando el tío iba a
viajar, decidió colgar el violín en lo más alto de la casa, pero todo fue en
vano: mi padre desplegó una frazada atada a cuatro estacas e hizo caer el
instrumento, pero el hermano lo sorprendió una vez más.
- Ya puedo tocar este violín – dijo Tiburcio, temeroso.
- A ver – desafió Obispo.
El violín desapareció a los pocos días y Tiburcio no lo volvió a ver
nunca más. Mi padre habría adquirido entonces el deseo de tener su propio
violín.
A los 7 u 8 años, en enero, mi padre partió a Jauja, a pie, para
vender huevos en su quipecito. Al llegar a Yauyos fue sorprendido por una
orquesta de músicos. Ahí estaba el violinista Villarruel de Huaripampa. Al
verlo humilde y desalineado, los músicos se burlaron y lo empujaron, provocando
que los huevos se rompieran.
Visitando a su abuelo Aurelio, en Paccha, encontró un violín
abandonado en la casa y sin cuerdas. Mi padre tendría unos 10 años y vio en
aquella visita la posibilidad de armar su propio violín. Su abuelo le pidió
cinco soles, un monto elevado para mi padre, pero ahí estaba la oportunidad. Su
madre aceptó otorgándole 2 soles y 50 centavos. Apareció entonces Virgilio, el
otro hermano, mi tío, que trabajaba en la mina. Mi tío Virgilio colaboró con la
restante y el violín, por fin, yacía en las manos de quien más adelante
llegaría a ser el padre de la tunantada.
Él mismo contaba que se pasó la noche instalando sus dos primeras
cuerdas que provenían de una guitarra. Las otras dos cuerdas graves fueron
adaptadas con tripas de carnero. El arco se construyó con un palo de "milo". Quince días después, don Germán de la Cruz, natural de
Pachascucho, se convierte en su primer maestro. Le enseña a afinar y le vende
un arco usadito.
A los 3 meses nomás, Tiburcio ya tocaba de oído algunas canciones
conocidas en La menor. Sorprendentemente es solicitado para una herranza en
Ipas en temporada de carnavales. Muy alegres, los asistentes exigen al joven
músico tocar el huaino llamado Verde monillo. Pero Tiburcio tenía pocos temas
en el reportorio. Por poquito y lo botan. Felizmente recibió el pago prometido:
un cordero negro con cachos. Y así poco a poco lo pidieron en zafacasas, matrimonios,
cumpleaños, bautizos.
Tenía 13 años cuando recurre al maestro Felipe León, en Yauyos; luego
al profesor Roberto Caro, director de la banda del colegio San José. Por fin
conoce la verdadera posición con la que se toca el violín, las notas musicales,
las escalas, tonalidades, compases. Con la teoría encima y 16 años a cuestas, el
maestro Sabino Blancas lo contrata para tocar en Orcotuna, en la fiesta de la
Virgen de Cocharcas. Mi padre cae muy bien y recibe el aprecio de los
aficionados. Poco a poco va conociendo otros lugares como Cerro de Pasco, donde
bailan chonguinada; y va conociendo a músicos famosos como Ascario, Pastor Díaz
y Juan Quiroz. También fue viajando para tocar primero en Marco, luego a
Chocón, también Xauxa Tambo, después Muquiyauyo, Huaripampa, Tarma, Junín y
varios lugares de Huancavelica. En 1930, cuando mi padre tenía 22 años, forma
el conjunto Centro Musical Jauja, organizado por el doctor Víctor Manuel
Vásquez. Fue una orquesta que no tuvo rival. En 1932 funda su orquesta,
denominada Los Líricos de Jauja, junto a Virgilio Mallaupoma, José Canchari,
Miguel Rojas, Teodoro Rojas, Sabino Hinostroza, Eusebio Arenales, Hilario
Torres, Canchaya y Chuto Terrazos (quenistas), y Pablo moreno (arpista). En
1938, la orquesta se afianza pero ya con el nombre de Lira Jaujina, esta vez
con León Mallma, Esteban y Tomás Palacios, Emilio Beltrán, Oswaldo Misari,
Sergio y Anasto Mayta, Teodoro Rojas, Oswaldo Vílchez, Domingo Canchari. Al
poco tiempo realizan su primer viaje a Lima, contratados por Ponciano Iporre,
para amenizar una fiesta deportiva organizada por los residentes de Masma. Para
el evento, anunciaron su presentación en emisoras radiales, tocando temas de
autoría de mi padre: Perdón y olvido; Bajo el monte; Basta, corazón, no llores;
Mala hierba; el Caminito de Huancayo; Ladrón de amores, también los yaravíes con
sus respectivas cachuas.
La orquesta típica Lira Jaujina fue invitada, en 1950, al Ministerio
de Educación en Lima por José María Arguedas, para grabar discos gratuitamente.
Al año siguiente, participó en el gran concurso de Amancaes. Aquella vez, ganaron
y recibieron mil soles de oro pero no fue la única ocasión. Al año siguiente,
el Concejo de Rímac también los premió con la misma suma y radio Excelsior de
Lima les otorgó una medalla de oro y pergaminos en reconocimiento a su
excelente trabajo musical. Desde entonces, no pararon los éxitos en coliseos y
plazas. La consagración de la Lira Jaujina se consolidó frente a orquestas de
Huancayo, Tarma y Cerro de Pasco. Los reconocimientos sumaron alrededor de 300
trofeos, 500 pergaminos y más de 1000 temas propios. Mi padre declaró, ante Apdayc,
más de 300 composiciones.
La Lira Jaujina fue reconocida en 1963 por la Casa de la Cultura del
Perú; a la vez, Tiburcio Mallaupoma fue nombrado "Recopilador
de la música folclórica del centro". Su producción fue grabada en varias
disqueras: MAG, Virrey, Philco, Iempsa, Sono Radio. En algunas, recibió
réditos, en otras no. Su amor por la música trascendía los beneficios
económicos. Pero no solo ello, mi papá también compuso vals y paso doble.
Cuando dejó la Lira Jaujina, esta iba por la cuarta y quinta generación. La
mejor de todas las generaciones que tuvo la orquesta de mi papá, fue en la
década de los 70, donde se define el Trío de Oro, pues conformaban la orquesta
don Julio Rosales, Teodoro Blancas y Juan López. Fue todo un récord de ventas
para la disquera Virrey con los LP Sin rival y Serenata jaujina. Mi papá
también dejó discípulos legítimos como Silvestre Limaylla, Cresencio Marcos,
Jesús Palacios, quienes por coincidencia, llegaban juntos a Iple. Todos terminaban
cultivando maíz y estaban muy bien preparados para ganar concursos de orquestas
en el Coliseo Nacional en Lima.
Uno de los principales méritos de mis padres es haber puesto la "tercera" del huaino en la tunantada, pues antes se tocaba la
primera y segunda, luego se volvía a la primera dos veces y fin. Pero es él
quien pone la tercera parte al huaino, que se considera la "principal", incluso para poder zapatear en la octava. Esta es
una de las razones por las que mi padre es considerado, con justo derecho,
Padre de la tunantada.
Don Tiburcio, mi padre, también es el primero en incorporar un saxofón
a la orquesta. "Tú tienes la culpa, ahora hay más de quince, puro chimeneas es la orquesta", le decía don Leoncio Mallma a mi papá. La
Lira Jaujina es la primera en incluir a un vocalista, preclaro cultor de
mulizas y huainos: Juan Bolívar Crespo. Luego tocaron junto a Picaflor de los
Andes y Flor Pucarina. Nunca Hubo problemas en compartir temas con los más
grandes intérpretes de la región. Mi padre era tan generoso que regalaba alguna
de sus composiciones: Lágrimas de madre, a don Esteban Palacios; Caminito de
Huancayo, al doctor Virgilio Reyes, quien escribió la letra; Sombrerito
jaujino, a Fredy Centy (Pacharaco); Llorando en Pachamalca, a Fortunato
Quintana; Jara Arteaga, a Juan bolívar; y varios temas a Picaflor de los Andes.
Cuán grande sería la consideración y el respeto a mi padre por su gran
espíritu benevolente, cuando prestaba dinero, compartía alimentos, que
plantaron chaguales en los cerros previniendo su protección. Tiburcio
Mallaupoma Cuyubamba, mi padre, el Padre de la tunantada, falleció el 2 de
enero de 1978, en La Oroya, debido a una insuficiencia renal. De su primer
compromiso con Fortunata Ninahuanca nacieron 3 hijos: Ligoria, Hever y Enma
Mallaupoma Ninahuanca. Cuando enviudó contrajo un segundo compromiso con
Ricardina Nonalaya, y con ella tuvo seis hijos: Ida, Sofía, Tiburcio, Edith,
Ana y yo, Jaime, que he decidido seguir sus pasos y mantener vigente a la
orquesta Lira Jaujina.
Actualmente los restos de mi padre descansan en su tierra natal, Iple.
Allí llegarán los músicos y amantes de la tunantada, quienes reconocen el valor
de mi padre. Sin embargo, aún hay un sabor amargo pues ninguna autoridad le
otorga el homenaje debido. Mi padre partió hace 36 años pero su presencia
imperecedera vie en el rinconcito de cada corazón jaujino con una muliza, un
huaino o un canto eterno impregnado en el pedacito de cielo.
Fuente: Tesis “El valor del Chuto en la danza la Tunantada de Jauja,
Yauyos 2014”
Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle
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