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Jauja, donde pagan a los hombres por dormir, fustigan a los hombres que insisten en trabajar, los árboles son de tocino y sus hojas de pan de fino. Las calles están adoquinadas con yemas de huevo y lonjas de tocino, asadas y fritas...

6 de febrero de 2013

Manuel Harris, del amor en Jauja a la gloria en una guerra

Esta serie inédita le hará reflexionar sobre cómo los padres de nuestros bisabuelos o de nuestros abuelos dieron sus vidas o sufrieron penurias por defender a la Patria del invasor artero aquel período de 1879 a 1883, donde se desarrolló la infausta Guerra con Chile.

Nombres que quizás haya conocido, u otros quizás ancestros suyos figurarán en esta relación honrosa que va desde la A hasta la Z. Este informe está basado en el libro “Catecismo Patriótico” del coronel José Luis Torres (1840-1901), periodista y patriota, además de testigo de esa época aciaga… HERRERA (José G.). Entusiasta soldado del Batallón Nº6 de la Reserva, murió en los campos de Miraflores el 15 de enero de 1881, fuera de su reducto, a donde se había avanzado haciendo fuego al enemigo.

HARRIS (Manuel).- Pertenecía a una familia distinguida y era bastante conocido en la sociedad de Lima. Al principiar la guerra con Chile, tuvo que retirarse a Jauja, por sentir los primeros síntomas de una afección pulmonar. Trataba allí de combatir en su origen aquel mal, cuando sintió otro más fuerte, cuya gravedad sólo se cura con el matrimonio: el amor.

Se enamoró de una niña “tan bella como joven y tan pura como bella” (palabras textuales de su biógrafo) perteneciente a la más distinguida y acomodada clase de la sociedad jaujina.

Se vieron, se reconocieron y se amaron. La amenidad del lugar siempre nuevo y variado en ricos panoramas; la sencillez y cordialidad primitivas que caracterizan la vida campestre, y todo ese conjunto de pequeños detalles que ilustran la vida de los amantes, fomentaron y robustecieron los vínculos que los unían y los tenían ya el nido de amor, cuando resonó en los Andes el grito de ¡Guerra!, lanzado por Lima al desembarco de los chilenos en Curayacu.

Ese grito halló eco profundo en el corazón de Harris, quien se arrancó de los brazos de su prometida, dejándole cuanto en el momento poseía y conservando sólo su fe y esperanza, acudió al llamado de la Patria, enardecido por los dos sentimientos más sublimes de que es capaz el corazón y que para él se fundieron en uno solo, la gloria y el amor.

Llegado a Lima en el momento preciso, se uniformó y armó a su costa y entreviendo la eternidad, arregló su conciencia, dictó en el seno de la familia las últimas disposiciones, entre las que figuraban varios legados de piedad y misericordia; y luego, sereno, altivo, lleno de fe y de esperanza, marchó gozoso a confundirse con sus hermanos de la Reserva.

En esos instantes, Harris, bajo el influjo de esta triple idea, Dios, la Patria y el amor, tenía todo el porte caballeresco de un campeón de la Edad Media. Instalado en su reducto como soldado del Batallón Nº 4 de la Reserva, Harris ejemplariza a sus compañeros por su serenidad y decisión, su infatigable actividad, su escrupulosa exactitud y más aún por su desvelo en el alivio de sus camaradas a quienes auxilia constantemente y espontáneamente.

Joven, amante, pudiente, con un presente risueño y un brillante porvenir, todo lo deja y lo olvida todo, por venir desde lejos a servir en el puesto de honor, donde murió como esforzado que era.

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